Jesús Rojano
LA ESPERANZA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE
A estas alturas y todos hemos oído hablar de que el recientemente Papa Francisco convocó durante este año 2025 un Jubileo. Aproximadamente desde 1300 la iglesia celebra esos años especiales en que se conmemora alguna fecha importante y se invita a peregrinar a Roma u otros lugares y a celebrar con alegría algún tema concreto. De hecho “jubileo” viene de júbilo, o sea, alegría. Los más recientes son los de 1975, 2000, el 2015 (Año de la Misericordia), ahora el 2025 (Jubileo de la Esperanza) y el papa Francisco ya ha convocado otro jubileo para 2033 por los 2000 años de la muerte y resurrección de Jesús.
Este jubileo de 2025 está dedicado a la esperanza. Estamos en un mundo lleno de incertidumbres y miedos: guerras peligrosas que van a más, como la de Ucrania y Rusia, la de Israel y Hamás en Gaza, la guerra civil en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, etc. Además tenemos delante la guerra comercial emprendida por Donald Trump, que va a traer pobreza y paro en todo el mundo, el maltrato generalizado a los inmigrantes en muchos sitios, el odio y la polarización creciendo en muchos países… y otros problemas graves. Se trata de un momento difícil en que necesitamos precisamente mucha esperanza para no hundirnos en el desánimo y la tristeza.
Según el diccionario de la Real Academia la esperanza es:
- Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.
- En el cristianismo, virtud teologal por la que se espera que Dios otorgue los bienes que ha prometido.
Necesitamos estos dos tipos de esperanza que no se contradicen, la humana y la teologal, que se fundamenta en Dios.
Un buen representante de la primera fue el filósofo marxista Ernst Bloch (1885-1977), que escribió un libro muy interesante en tres grandes volúmenes titulado El principio Esperanza. Ahí decía que «la esperanza no pacta con el mundo existente”, o sea, que no nos podemos conformar con las injusticias y males que encontramos en el mundo. Y añadía que “la esperanza es el aprendizaje más importante de la vida. El hombre esperanzado ensancha constantemente sus horizontes y no tolera una ‘vida de perros’. Sueña con una vida mejor y lucha por conseguirla”.
Creo que justamente ahí, donde se sitúa Bloch, comienza el texto publicado por el Papa Francisco para convocar este jubileo de la esperanza. A ese texto se le denomina bula de convocatoria del jubileo, y Francisco lo ha titulado con una frase de San Pablo: «Spes non confundit», «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Comienza diciendo que “en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien… Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor. Encontramos personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo” (n. 1). Debemos vencer ese miedo con la esperanza “que nace del amor que nos tiene Jesús… La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?» La esperanza se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad” (n. 3).
Para el papa, “la vida está hecha de alegrías y dolores: a veces sufrimos mucho, pero en medio de la oscuridad se percibe una luz. Debemos desarrollar una virtud muy relacionada con la esperanza: la paciencia. Estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato… Así como Dios es paciente con nosotros, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene” (n. 4). La paciencia no es sinónimo de quedarse parados por no hacer nada, ya que “la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza… No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida” (n. 5).
Afirma Francisco que “estamos llamados a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece” (n. 7). Se trata de las grandes tendencias y problemas que encontramos en el mundo real que habitamos. Invita el Papa a “poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia”. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, requieren ser transformados en signos de esperanza. La esperanza cristiana no es pasiva ni se puede quedar con los brazos cruzados, sino que se ha de poner a mejorar el mundo. Francisco cita 8 signos:
– El primer signo de esperanza debe traducirse en paz para el mundo, que vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. Los que «trabajan por la paz» podrán ser «llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La exigencia de paz nos interpela a todos y urge que se lleven a cabo proyectos concretos.
– Segundo signo: Preocupa la pérdida del deseo de transmitir la vida y la constante disminución de la natalidad. Invita a la comunidad cristiana a trabajar por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vengan a llenar tantas cunas vacías. Critica la moda de decir “no quiero que traer niños/as a un mundo tan triste”. Necesitamos recuperar la alegría de vivir y de que la vida siga adelante.
– Tercer signo: Piensa en los presos, privados de la libertad. Pide Francisco itinerarios de reinserción y condiciones dignas para los reclusos, respeto a sus derechos humanos y que sea abolida la pena de muerte
– Cuarto signo: Atender, visitar y respetar a los enfermos. Y de paso, agradece el trabajo de los agentes y servicios sanitarios, pues una vez pasada la pandemia de COVID, los hemos olvidado.
– Quinto signo: También necesitan signos de esperanza los que en sí mismos la representan: los jóvenes. Muchos se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social: el voluntariado juvenil ante la pandemia o más recientemente la ayuda tras la DANA… Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza por la falta de futuro y trabajo.
– Sexto signo: Los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor. Francisco pide a las comunidades cristianas acoger a los exiliados, desplazados y refugiados.
– Séptimo: Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y abandono. Los abuelos y abuelas representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida.
– Octavo signo: los millones de pobres en los que está presente el propio Jesús (Mt 25) y necesitan atención.
Francisco ha insistido en la esperanza en su mensaje de cuaresma: “Caminemos juntos en la esperanza”. Lo distribuye en tres párrafos que nos dejan importantes preguntas:
1) CAMINAR: El lema “Peregrinos de esperanza” evoca el Éxodo del pueblo de Israel hacia la tierra prometida; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad. Hoy tantos hermanos y hermanas huyen de situaciones de miseria y de violencia… ¿Me dejo interpelar por ello? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort?
2) JUNTOS: Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios… Caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta… ¿Somos capaces de trabajar juntos? ¿Tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos? ¿Hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o marginamos?
3) … en la ESPERANZA DE UNA PROMESA: Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado, y vive y reina glorioso. ¿Estoy convencido/a de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?
En enero de 2025 se ha publicado una autobiografía del papa Francisco, titulada precisamente Esperanza. Ahí escribe: “La esperanza es sobre todo la virtud del movimiento y el motor del cambio: es la tensión que une memoria y utopía para construir como es debido los sueños que nos aguardan. Y, si un sueño se debilita, hay que volver a soñarlo otra vez, en nuevas formas, recurriendo con esperanza a las ascuas de la memoria. Los cristianos hemos de saber que la esperanza no engaña ni desilusiona: todo nace para florecer en una eterna primavera”.
“Nadie es una isla, un yo autónomo e independiente, y el futuro es algo que solo podemos construir juntos, sin apartar a nadie. Tenemos el deber de mantenernos alerta y conscientes y de vencer la tentación de la indiferencia. El amor verdadero es inquieto… Lo contrario al amor de Dios, a la compasión de Dios y a la misericordia de Dios es la indiferencia. Para acabar con un hombre o una mujer basta con ignorarlos. La indiferencia es agresión. La indiferencia puede matar. El amor no tolera la indiferencia. No podemos permanecer con los brazos cruzados, indiferentes, ni con los brazos abiertos, en un gesto de fatalismo. El cristiano tiende la mano…”.
Precisamente un filósofo coreano muy conocido, Byung-Chul Han, acaba de publicar un libro sobre la esperanza donde dice: “Estamos padeciendo una crisis múltiple. Miramos angustiados a un futuro tétrico. Hemos perdido la esperanza. Pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. De tantos problemas por resolver y de tanta crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia. La jadeante sociedad de la supervivencia se parece a un enfermo que trata por todos los medios de escapar de una muerte que se avecina. En una situación así, solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir. Ella despliega todo un horizonte de sentido capaz de arrimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro… La esperanza va mucho más allá de aguardar pasivamente y desear. Sus atributos son el entusiasmo y el ímpetu. La determinación de actuar le es inherente. Despliega realmente el poder de saltar a la acción. Lo que necesitamos es una política de la esperanza que, frente a un clima del miedo, propicie una atmósfera de la esperanza… Quien tiene esperanza dirige su atención hacia el futuro de las cosas. Sin esperanza, estamos atrapados en lo malo que nos viene dado. Sin esperanza, sólo corremos hacia la muerte”.
En ese sentido, escribe Francisco en su libro que “hay mucha gente que, por distintas razones, no cree que un futuro feliz sea posible. Tomarse en serio esos miedos no significa que sean insuperables. Podemos superarlos siempre y cuando no nos encerremos en nosotros mismos… El miedo es una jaula que nos excluye de la felicidad y nos roba el futuro. Pero basta un solo hombre, una sola mujer para que la esperanza renazca, y ese hombre o esa mujer podrías ser tú. Luego, si aparece otro «tú», y otro más, ya podemos hablar de «nosotros». Para los cristianos el futuro tiene nombre, y ese nombre es esperanza. Albergar esperanza no significa ser un optimista ingenuo que ignora el drama del mal de la humanidad. La esperanza es la virtud de un corazón que no se encierra en la oscuridad, que no se estanca en el pasado, sino que sabe mirar el mañana con lucidez. Inquietos y alegres: así tenemos que ser nosotros, los cristianos”.
Coinciden el filósofo coreano y el Papa argentino: frente al miedo, la esperanza.