Solo el amor salva

5 de noviembre de 2024
El sistema preventivo de Don Bosco sigue vivo en el siglo XXI, ofreciendo a los jóvenes un refugio en tiempos de incertidumbre. Este enfoque educativo, basado en razón, religión y amor, busca formar jóvenes libres y responsables, adaptando las experiencias tradicionales a contextos actuales y promoviendo la trascendencia como fuente de sentido. A través del afecto y la paciencia, el sistema fomenta relaciones genuinas y ayuda a construir un hogar donde los jóvenes encuentren apoyo y esperanza.

Por: José Miguel Núñez, sdb

Director del Centro Nacional de Pastoral Juvenil

Cinco claves para actualizar hoy el sistema preventivo

 

 

El sistema preventivo no es el precipitado de un inocuo tratado educativo. Está concebido al calor del fuego de muchas noches de invierno en el hogar de la vida de los muchachos de Valdocco. Por eso no se deja atrapar en estereotipos ni es fácilmente abarcable con fórmulas preconcebidas. Porque el fuego calienta en la noche y la palabra cálida defiende de la intemperie. Y el fuego y la palabra son el sistema preventivo. Por eso el santo de Turín no pudo escribir más de tres páginas cuando le solicitaron que pusiera por escrito su experiencia educativa para las próximas generaciones. Y no pudo no solo porque Don Bosco nunca fue un teórico, sino porque el sistema preventivo es la experiencia del fuego en la noche, del abrigo en el descampado, del abrazo a la intemperie, de la palabra al oído o del pan partido a la mitad con quien no tiene que comer. Y eso es difícil expresarlo en un tratado educativo sin perder la mística.

Por eso creemos que, en tiempos como los nuestros de metáfora y de intemperie, de viento recio y frío del norte, el sistema preventivo sigue siendo actual. Y lo es porque sabe de poesía, de épica y de puerto que cobija de las tempestades en las que naufragan muchos jóvenes. Nuestra experiencia es justamente esta: ante la mar dura, en el cansancio de tanta brazada exhausta, los jóvenes que la marea arrastra encuentran una última playa, un último puerto en el que cobijarse de tanta tormenta. La acogida y la calma de un hogar, la mirada bondadosa y transparente de un adulto que no juzga y abraza sin condenar, las oportunidades cuando ya parecía todo perdido, el sendero recorrido en libertad cuando las heridas cicatrizan… son el mejor antídoto ante la desesperanza y la resignación.

TRADUCIR HOY EL SISTEMA PREVENTIVO

Por eso creemos tan necesario traducir hoy las categorías de siempre del sistema preventivo. Estereotipar la propuesta educativa de Don Bosco en las tres expresiones clásicas: razón, religión y amor es absolutamente insuficiente. Lo es por el contexto, tan diferente de aquel en el que fueron pensadas y vividas, y lo es porque detrás de cada una de ellas hay un mundo de matices que no se dejan encerrar fácilmente en la cárcel del concepto.

Cuando decimos razón estamos queriendo decir encuentro, diálogo, empatía, búsqueda, libertad. Se trata de poner al joven en el centro, sin imposiciones ni condiciones, para tratar de ganar otras batallas que no son las de las palabras gruesas, la autoridad a golpe de reglas o los castigos innecesarios. Cuando la batalla se juega en el terreno de la confianza, no son necesarias otras armas que las del diálogo franco, la responsabilidad asumida y la libertad.

Cuando hablamos de religión queremos decir experiencia de apertura a la dimensión trascendente de la vida, disponibilidad al encuentro con el misterio que llamamos Dios, respuesta a la iniciativa que un Tú trascendente toma en nuestra vida mostrándonos caminos nuevos y dando una oportunidad al cambio. Seguramente, en las sociedades complejas del siglo XXI, multiétnicas, plurales cultural y religiosamente, la experiencia la podamos traducir en una pedagogía del umbral que ayude a los más a disponerse al encuentro. No podemos ni debemos, sin embargo, hurtar a los muchachos la experiencia religiosa sea cual sea su situación de partida y su tradición cultural o religiosa. Estamos convencidos, como Don Bosco lo estaba, que la experiencia de Dios hace más plena la existencia de los jóvenes a los que acompañamos.

Cuando hablamos de amorevolezza, queremos decir afecto sin ficciones, cercanía, bondad, amabilidad, abrazo. Es la mano tendida que rescata, la palabra bondadosa que sana heridas, la mirada empática que cautiva porque es creíble, el gesto oportuno que expresa preocupación y que dice sin decir, aquí estoy contigo. Solo se educa desde la confianza y el afecto que gana las distancias cortas. Cuando la vida está en vía muerta, es necesario generar corrientes de confianza y simpatía que ayuden a crecer desde la convicción de que quizás no podrás hacerlo solo, pero solo tú podrás hacerlo. En ese camino, el educador con estilo salesiano coge el paso del muchacho y lo acompaña alentando su esfuerzo y abriendo posibilidades.

EDUCAR EN LA LIBERTAD Y EN LA RESPONSABILIDAD

Uno de los pilares sobre los que se sostiene nuestra propuesta es la libertad. Libertad para nosotros significa ayudar al muchacho a hacerse dueño de su propia vida, coger las riendas de su proyecto vital, asumir sus decisiones con madurez. Para ello, es necesario generar un clima de confianza adulta sin la cual no es posible reducir al mínimo las normas de convivencia. La confianza se genera desde la acogida incondicional, la sinceridad y honestidad de la propuesta, el ambiente adulto ya generado que el chico encuentra cuando se incorpora a la casa y el trato personalizado de los educadores que caminan junto a él.

Se requiere, como ya hemos dicho, tiempo y pasión. No se educa desde la distancia ni a golpe de reglamento. Para educar en libertad, es necesario que la presión no condicione la vida cotidiana. Ese es el camino más corto, pero el menos eficaz. Probablemente tranquilice al educador que no quiere problemas, pero a la larga sabemos que no incide en la vida de los muchachos. Incidir educativamente es ganar la batalla de la libertad. La estrategia para librarla es la confianza y la integridad de la propuesta.

Mira, solemos decirle al chico que se incorpora a la casa, aquí no hay ni trampa ni cartón. Mira, observa, date cuenta de cómo vivimos y verás que todo es diáfano. Hoy establecemos un trato: el de crecer en la confianza mutua. Tú tienes por delante una oportunidad única y nos encontrarás a tu lado. Nadie te va a controlar. Nadie va a estar detrás de ti viendo qué y cómo lo haces. Pero en ti está la gran ocasión de vivir en libertad esta travesía, después de tantos naufragios. Cuenta con nosotros.

La responsabilidad declina el verbo querer y lo hace de diversas maneras. Querer salir adelante y dejar atrás etapas de confusión o de desconcierto personal implica cambiar. Asumir con libertad que es necesario provocar cambios que me conduzcan a asumir que las riendas de mi vida puedo y debo manejarlas yo. Este es el mensaje, tantas veces repetido: quizás no puedas hacerlo solo, pero solo tú puedes de verdad hacerlo. Por tanto, tienes que dar pasos hacia la responsabilidad personal, dejando atrás la dejadez, la desidia o el abandono que provoca el cansancio a las primeras de cambio. El esfuerzo se convierte en una batalla cotidiana que hemos de ganar. No resulta fácil, después de años en la calle o en centros cerrados cumpliendo medidas judiciales, asumir hábitos o trabajar el esfuerzo. En ocasiones, ha sido necesario comenzar por lo más básico: levántate a tiempo, dúchate, cámbiate de ropa, no pierdas el autobús, no faltes a clase, estudia, no te escurras de tus tareas con cualquier motivo. Pero ese es el camino: el querer se conjuga con la responsabilidad y el esfuerzo. Con presencia, acompañamiento y motivación, los resultados son notables.

La responsabilidad se declina también asumiendo los propios errores y las consecuencias de las faltas cometidas. Se trata de afrontar las consecuencias que tu error pueda haber tenido en la comunidad. Como Don Bosco nos ha enseñado, nunca corregir en público, nunca humillar, nunca evocar faltas pasadas y sanadas. Reconocer, sin embargo que mis acciones pueden dañar a los demás o romper el equilibrio del grupo. Se trata de advertir, corregir, amonestar. Siempre desde el equilibrio y la paciencia, sin perder los papeles, sin vociferar, sin recurrir a la amenaza o al insulto. Al reconocer la propia falta, al pedir perdón, se sana la herida y se asume la reparación necesaria. El educador estará siempre bien dispuesto al perdón, con generosidad, con mirada larga y magnánima, abriendo puertas, ofreciendo oportunidades.

EDUCAR EN LA TRASCENDENCIA LIBERA Y PLENIFICA

En tiempos de indiferencia religiosa y pluralismo religioso hemos de proponer experiencias que abran espacio al sentido de la vida y a la búsqueda de la felicidad entendida también como compromiso colectivo por mejorar nuestro mundo. En la experiencia educativa del sistema preventivo, la religión tiene mucho que ver con la razón y con la amorevolezza. Nuestra propuesta de camino hacia la interioridad, hacia la búsqueda de sentido, hacia el encuentro con Dios, incluso nuestra propuesta evangélica, han de ofrecerse como alternativa en libertad, como plenitud y no como represión, como experiencia de “vida buena” y no como preceptos o normas que cumplir.

En el respeto a la libertad de cada persona, favorecemos la experiencia religiosa según el credo y la cultura de cada quien. La presencia de Dios, vivida desde las diferentes tradiciones, es un tema cotidiano que se vive y se asume sin estridencias ni forzamientos. Nuestro compromiso educativo es el de facilitar este camino y ayudar a crecer en la convivencia pacífica, en la aceptación cordial de la diferencia y en el entendimiento mutuo.

Creemos que, como Don Bosco decía, nuestros muchachos son mejores cuando encuentran sentido a sus vidas y en el propio proyecto personal hay apertura a la trascendencia. La experiencia religiosa, vivida con madurez y en libertad, es un elemento catalizador que sana heridas, alienta la esperanza de un futuro mejor, equilibra y plenifica la existencia cotidiana y compromete éticamente en la transformación de uno mismo y de la realidad que nos envuelve.

SOLO EL AMOR SALVA

En nuestra experiencia educativa, se cumple a la letra esta convicción: solo el amor salva. Sólo el afecto sincero de quien mira con compasión (en el sentido etimológico del término se trata de una virtud, del adiestramiento de la mirada que capta el sufrimiento del otro y lo hace suyo) la realidad y las personas, demostrado en mil gestos cotidianos, puede de veras cambiar la vida de alguien. Quien se siente querido, sostenido, abrazado en medio de la oscuridad, encuentra motivos para buscar la luz y abandonar la noche. Lo hemos experimentado muchas veces. Un joven que siente que su vida es un desastre, que vive en el caos, que no hay salida al laberinto en el que se encuentra, que no tiene resortes para reaccionar y se siente abandonado, puede – sin embargo – sentir que hay esperanza cuando alguien lo mira con afecto y le hace experimentar el calor de una amistad sincera, verdadera, desbordante. Cuando se siente mirado con cariño, sin ser juzgado, y siente que le importa a alguien que le merece crédito (y le merece credibilidad porque le importa) encuentra razones, un asidero, para provocar el cambio y buscar la salida.

Descoloca que alguien te dé sin esperar nada a cambio. Desconcierta que un adulto no dé rodeos ante el sufrimiento ajeno. Desmonta cualquier prejuicio el que una persona con mirada limpia comparta su tiempo, su casa o sus bienes contigo. Da un vuelco al corazón el que te escuche como si el tiempo se hubiera detenido, permanezca junto a ti durante una noche de hospital sin alejarse de la cama o no te reproche en absoluto el grave error que acabas de cometer y que te ha abierto en canal. Ya habrá tiempo. Te cambia el que alguien se comprometa contigo pase lo que pase cuando nadie hasta ahora ha apostado por ti. Creemos, sin temor a exagerar, que es posible tomarse en serio que el amor salva. Que el perdón sana. Que el afecto sincero y comprometido cambia la vida de las personas.

Y así es. Creemos que el gran valor de nuestra experiencia en la comunidad de acogida es, precisamente, el espíritu de familia, el sentido de casa, la experiencia de acogida incondicional en la que la persona es lo primero, por encima de estructuras y normas. La casa sabe a hogar, las relaciones son sinceras, los adultos que acompañan tienen otro talante, las normas se regulan por la familiaridad. El que los chicos se encuentren a gusto, en casa, en el centro de la acción educativa, no subsumidos por la estructura o por la adusta distancia de los educadores, es – a nuestro entender – una condición para que todo funcione. El buen humor, el ambiente distendido, la cercanía de los educadores, la dinámica familiar compartida en las tareas de casa, el trato personalizado, hacen el resto. Es esta familiaridad la que va entretejiendo la trama del afecto día tras día. De modo que una corriente de simpatía se establece, normalmente, entre todos los miembros de la casa. Ya habrá tiempo para conflictos y para las herramientas que lo desarmen, pero lo decisivo es la impronta de estas primeras semanas: la sensación de haber llegado a puerto y de que una nueva etapa y una oportunidad única se abren delante del muchacho.

LA PACIENCIA (DEL EDUCADOR) TODO LO ALCANZA

Parafraseando a San Pablo, bien podíamos decir: la paciencia, cuando está motivada por el amor, todo lo alcanza. El educador con estilo salesiano es paciente a más no poder. Es una persona equilibrada y madura, templada y empática, capaz de expresar afecto y de servir con generosidad y entrega sin límites.

Educar, ser educador o ser “buen” educador no se da por añadidura, no se da por supuesto ni se adquiere de una vez para siempre. Por el contrario, necesita de un cuidado en los procesos personales que aúnan la formación pedagógica con el cultivo esmerado de la propia personalidad a todos los niveles. No se trata solo de formarnos en competencias y buenas técnicas operativas (y es muy importante), sino de cualificar también las actitudes fundamentales, las motivaciones y las razones de fondo de la propia vocación educativa.

Un educador templado y curtido en mil batallas sabe que educar necesita de tiempos largos. Y es ahí donde la paciencia se convierte en el camello con el que atravesar cualquier desierto. Una paciencia benigna y serena que es expresión de un corazón sabio y generoso. Como el agricultor, debe saber esperar y no impacientarse ante el granizo o las plagas. Seguirá trabajando como si todo dependiera de él y con la conciencia de que, en el fondo, nada depende de él. Ni el que riega ni el que siembra, sino el que da el incremento.

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