En recuerdo de Julio

Julio Yagüe era conocido por su cercanía con la gente, su capacidad de escuchar y su incansable trabajo en la calle. Su experiencia como sacerdote acompañando a migrantes en Francia lo marcó profundamente y le otorgó una visión única de la realidad social. Además, su compromiso con la juventud en riesgo y su fe en el potencial de cada persona lo convirtieron en un modelo a seguir para muchos.
29 de abril de 2024
Desde la revista En La Calle, recordamos a Julio Yagüe, un destacado salesiano comprometido con lo social en España. Yagüe, descrito como un "profeta" entre los salesianos, dedicó más de 20 años de su vida en el barrio de Pan Bendito en Madrid, enfrentándose a la problemática de la droga, la pobreza y la migración.

Julio Yagüe fue uno de los referentes —y si me permiten la expresión, un profeta— entre los salesianos comprometidos con lo social en la España salesiana. Cura de barrio y cercano a los jóvenes, pasó más de 20 años de su vida en el popular barrio de Pan Bendito en Madrid. La droga, las madres de los “chicos de la droga” —como él los llamaba— y la migración marcaron su vida salesiana. El pasado 6 de diciembre, su corazón salesiano dejó de latir. Desde la revista En la Calle queremos rendir un sencillo homenaje a este incansable salesiano que dedicó su vida a los jóvenes y a los pobres.

El primer recuerdo que tengo de Julio es el de un cura sencillo que conversaba con la gente antes de entrar a la iglesia —pequeña y algo deteriorada— en el barrio de Pan Bendito, en Carabanchel, Madrid. Decir Pan Bendito en aquella época, en la que todavía no había llegado el Metro, era decir droga, pobreza y una calle como mucha “vida”. Me habían recomendado visitarlo y hablar con él. Por aquel entonces, yo estudiaba Educación Social en Burgos y buscaba ampliar mi visión del mundo. Así que me fui a Madrid y me presenté en su casa. Aprovechando un domingo, primero acudí a la iglesia donde celebraba misa y quedamos en reunirnos después. Antes de la misa Julio iba de un lado para otro saludando, animando, estando con la gente, la iglesia era un bullicio y se notaba la alegría de la gente que se encuentra. De la reunión y de los papeles que me dio recuerdo poco, pero sí conservo con mucho cariño el momento en que me invitó a comer con la comunidad que residía en unas casetas de obra al lado de la iglesia. La pobreza se respiraba por todos lados, pero también la alegría, sencilla, de una comida compartida y preparada al momento por el mismo Julio.

Años más tarde tuve la suerte de convivir con él —casi doce años— en ese mismo barrio, ya con una casa de verdad. Nuestros caminos se separaron hasta que años más tarde compartimos experiencias durante dos años en Fuenlabrada. En el intervalo entre estos dos momentos, Julio dedicó su vida a otras Plataformas Sociales de Madrid, como la de Alcalá de Henares donde participó activamente en el proyecto de empleo, y más tarde en Burgos conviviendo con jóvenes migrantes y buscando mil iniciativas junto a otras congregaciones en favor de los chicos y chicas rechazados por el sistema y otros recursos. Con valentía, Julio respondió afirmativamente a la llamada del superior de los salesianos tras el terremoto de Haití en 2010 y marchó con lo puesto para ayudar. Lamentablemente, la salud no le acompañó y, muy a su pesar, tuvo que volver. La devastación que presenció allí y sus inmensas ganas de cambiarlo todo afectaron a su salud, impidiéndole realizar la misión que se había propuesto.

Julio era un tipo sencillo. Vestía siempre con vaqueros desgastados y camisa —preferentemente de cuadros— de la que su bolsillo siempre salían papeles, notas y un bolígrafo, ese bolsillo vencido por el peso era su seña de identidad. Su cabeza siempre bullía con mil ideas y propuestas. Era incansable. Parte de esta valentía le venía de atrás. Sus primeros años de sacerdote los vivió en Francia, acompañando a los migrantes españoles que vivían allí. Esto le marcó de por vida, le puso en situación y junto al carisma de Don Bosco se forjó un modo de estar en el mundo. Él mismo lo explica en un texto que escribió para Misión Joven en 2012:

Y caes en la cuenta de que la emigración es una experiencia vital, de las que marcan la vida de las personas, transformante de verdad. Después de la emigración nadie queda igual. Te remodela por dentro, te da una nueva visión de la vida, de la historia, de tu propio país que te ha empujado a salir y de la nueva sociedad en la que no te atreves del todo a ser partícipe de su vida y su cultura. “Uno cree que va a hacer un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace a él” (Nicolasde Bouvier). Y he sido testigo de las lágrimas de tanta gente que en la emigración ha perdido su identidad: “Vuelvo a mi pueblo y me tienen como extranjero. Me quedo aquí y soy español: ¿de dónde soy?”, me decía una noche un emigrante entre lágrimas, a su vuelta de vacaciones.

Julio fue un «educador-evangelizador de calle», como Don Bosco. Evangelio y realidad siempre iban de la mano. Experto en Biblia, sabía leerla en clave social. No se encerró en teorías. Aunque las tenía —estudió también intervención social— surgían del análisis de la realidad, del trato con los problemas en las personas que los sufrían, de patear hogares, calles e instituciones públicas. De poner nombre, apellidos, nacionalidad, situación familiar… a los problemas que detectaba en directo. Vio a Dios en las personas y a las personas desde Dios. Julio se pateó la calle y vivió de lleno el problema de la droga, vio morir a muchos chicos y a otros muchos salvó. Estuvo al lado de las madres que los lloraban. Fue a las cárceles a visitarlos. Procuró que la calle de la droga se convirtiera en calle de esperanza. En 2013 en un retiro que escribió junto a Ángel Rodero nos cuenta el origen de sus “teorías”:

Fidelidad total significa conocer y valorar la realidad juvenil. Hoy conocemos poco la realidad juvenil; conocemos por intuición, porque “nos lo han dicho”, porque lo hemos leído; pero es muy difícil conocer de verdad a los jóvenes. Ahora los jóvenes constituyen en Europa un “archipiélago” (no son una condición, son una yuxtaposición de muchas condiciones juveniles). No podemos hablar de los jóvenes en general, existen características, tipos, grupos, categorías de jóvenes. Esto implica “pararse” y “acercarse”: Don Bosco entra en la prisión para conocer la situación real de esos chicos.

 

Los últimos años de su vida los pasó en Fuenlabrada, donde compartió su experiencia con Cáritas y el grupo de Biblia que montó en la parroquia. Participaba en todos los momentos comunes con los chavales y seguía recibiendo a jóvenes migrantes que de uno u otro lugar que venían a pedirle consejo. Conocí a jóvenes que le dijeron Julio no más de una vez, sin embargo él insistía e insistía, les llamaba, creía en ellos. Confiaba plenamente en todos y sabía que por pequeña que fuera había una luz en ellos. En 2008 escribió un texto precioso sobre la resiliencia en la que contaba lo que suponía aprender de los jóvenes para él:

Los educadores que acompañamos a estos adolescentes y jóvenes en riesgo aprendemos mucho. Sacamos conclusiones de las capacidades que todo ser humano esconde dentro. Así nos damos cuenta que educar es sacar lo mejor de cada persona, sin que se derrumbe ante el primer empujón que le da la propia historia. En eso se resume la tarea educativa. La hierba pisoteada retoma fuerzas para levantarse hacia el sol. Más tarde será capaz de florecer y dar frutos como cualquier otra planta. O tal vez mejor, ya que ha tenido que sacar mayor energía para sobrevivir. Así podemos definir con esta imagen ese término tan extraño que llamamos resiliencia.

El último recuerdo que tengo de Julio fue en octubre del año pasado. Pudo participar en el seminario sobre migraciones de la región mediterránea que se celebró en Málaga. Su mente inquieta le llevó a participar en todas las conversaciones, contando su experiencia con las migraciones, tanto la propia como la compartida con tantos chicos. Era un inconformista de los que molestan y hacen falta, de los que añaden preguntas a la vida, de los que te interrogan por dentro. Muchas veces le teníamos que poner los pies en la tierra y le decíamos que tal cosa era imposible de hacer, que eso no se podía decir… Julio no se callaba y si estaba convencido de algo continuaba adelante, porque el que la sigue la consigue.

Julio ha terminado ya su migración, ya está en el destino definitivo junto al buen Dios que trató de transmitir siempre. Allí se habrá podido reunir con los chicos que vio morir en la calle y en las cárceles donde los visitaba. Ojalá desde allí sea luz para los educadores que le conocimos y en los que dejó una marca. Y seamos capaces de decir con fuerza la frase que él repetía una y otra vez a cada uno de sus chicos: «Venga, macho. Adelante, que tú puedes«.

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