Educar en la fraternidad

7 de julio de 2022
Una reflexión sobre la fraternidad ¿Cuál es nuestra elección? ¿Creernos autosuficientes y ser felices sin los otros? ¿Ser comunidad; ser yo con los otros?

Jean-Marie PETITCLERC – Salesiano, Coordinador de la red Don Bosco Acción Social (Francia)

(Traducción: Julio Yagüe)

Jean Marie Petitclerc es un salesiano francés que ha dedicado toda su vida a los jóvenes migrantes. Hace unos meses publicó “reconstruir la fraternidad” un libro donde nos dice que la fraternidad no es una idea abstracta. Él la vive y experimenta cotidianamente en su trabajo como educador de jóvenes y en su vocación de religioso salesiano de Don Bosco, pero también a través del testimonio de su propio camino personal. La publicación de este libro por la CCS en castellano nos parecía una ocasión perfecta para hablar con él y que no expusiera cuáles son para él los retos a la hora de educar en la Fraternidad.

Jean Marie Petitclerc

Si hay un reto que nuestras sociedades actuales deben dar importancia, ya que la amenaza de fractura plantea serios peligros, es seguro el de la fraternidad, a la que el papa Francisco ha dedicado su última carta encíclica Fratelli tutti

¿Qué es la fraternidad?

Comenzaría por diferenciarla de lo que no es. La distinguiría de la amistad, con la que a veces se confunde. La gran diferencia reside en el hecho de que los amigos se escogen, mientras que a los hermanos te los dan. Por eso prefiero esta idea de fraternidad a la de “amistad social”, utilizada a veces en el mundo cristiano. La fraternidad es igualmente diferente de la solidaridad. Dar cinco euros a una persona sin domicilio, es un gesto de solidaridad. Pero si yo no le miro mientras hago el gesto, si no le escucho –lo que más sufren los excluidos es el sentimiento de que su palabra no es tenida en cuenta por nadie–, no se trata de un gesto de fraternidad. Porque ese gesto supone un intercambio, la reciprocidad. De hecho, la fraternidad –para responder a una expresión de Xavier Thévenot, célebre teólogo moral salesiano– consiste a la vez en una experiencia de similitud y de diferencia. De similitud porque reconozco al otro la misma dignidad que a mí mismo.

En una familia todos se reconocen salidos de la misma unión conyugal. Y de diferencia porque reconozco la singularidad entre hermanas y hermanos, incluso en los gemelos. ¡Todos los padres os van a decir que es más complicado gestionar una fraternidad que un grupo de amigos!

La fraternidad, una exigencia

La fraternidad no es ni natural ni del orden del derecho. En efecto, como lo señala Edgar Morin: “Mientras uno promulga leyes que aseguran la libertad o enseñan la igualdad, difícilmente puede imponer la fraternidad por ley. No puede venir de un orden estatal superior, no puede venir más que nosotros mismos.” ser hermano no es un ‘derecho’, es un ‘deber’ el reconocerlo como hermano en el otro ciudadano.

Pero la dificultad que encuentra hoy nuestra sociedad es ¿‘en nombre de quién se debe imponer este deber de la fraternidad’? Porque me encuentro con tantos ciudadanos que me dicen: ‘Estoy de acuerdo en ser hermano con la gente de mi residencia. Pero ser hermano de los que viven al otro lado de la circunvalación, o de los que viven en un terreno desocupado. ¡demasiado para mí! Como dice el papa Francisco en su primera encíclica Lumen fidei: “En la «modernidad» se ha intentado construir la fraternidad universal entre los hombres fundándose sobre la igualdad. Poco a poco, sin embargo, hemos comprendido que esta fraternidad, sin referencia a un Padre común como fundamento último, no logra subsistir. Es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad.” (LF 54).

Démonos cuenta de que para el cristiano la fraternidad ¡no entra en el orden del deber, sino de la gracia! Creer en un Dios Padre significa descubrir al otro como hermano. Cómo me gusta decir a los jóvenes que yo encuentro el resumen del Evangelio en la ecuación: ‘Creer en Dios Padre’ es igual a ‘vivir como hermanos’. Como dice san Juan, la única manera de confesar a Dios Padre aquí abajo, donde no se le ve, es unirlo a una relación de fraternidad con nuestro prójimo.

Educar para la fraternidad

Uno de los roles más importantes de todo educador, en particular salesiano, consiste en ‘Educar en la fraternidad’. ¿Cómo hacerlo realidad hoy?

Educar para la fraternidad es apreciar la diferencia

Educar en la fraternidad es ante todo hacer descubrir que la diferencia es fuente de enriquecimiento, cuando muchas veces, no se hace el esfuerzo de conocer al otro, la fraternidad es vivida bajo el ángulo de la amenaza. Me gusta decir a los jóvenes: “Imaginad un grupo de amigos donde cada uno tuviese las mismas opciones políticas, las mismas convicciones religiosas, comparten los mismos gustos literarios, musicales, culinarios, cinematográficos… Bueno, todo el mundo se aburriría seriamente.

Lo que ayuda a darle un poco de picante a la vida del grupo es, cuando un fulano ayuda a descubrir a otro un libro, una película, un disco que jamás él había comprado él mismo”. Pero para que la diferencia se enriquezca hay que hacer el esfuerzo de conocer al otro para vencer el miedo. Porque el miedo surge con frecuencia ¡de la incapacidad de anticipar la reacción del otro!

Yo prefiero el término respeto al de tolerancia, tan desarrollado hoy día. Porque cuando se habla de tolerancia ¿qué es lo que quiero decir? ¿Se trata de las personas? En este caso la palabra parece bastante débil. No es lo mismo decir “Yo tolero a mi vecino”, que “yo respeto a mi vecino”. Pero, con frecuencia, los medios se apoyan sobre el registro personal para admitir una tolerancia con vistas a los hechos… Pues bien ¡no! Respetar al otro es, a veces, mostrarse intolerante con respecto a sus actos. Hay cosas que construyen al hombre y otras que le destruyen. Las hay que tejen el lazo social y otras que le destruyen. No es posible educar en la tolerancia sin referentes. La forma en que un educador respeta a los jóvenes puede llevarlo a ser intolerante con algunas de sus acciones.

Educar en la fraternidad es aprender a gestionar los conflictos

Un espacio de fraternidad no es un espacio sin conflicto, lo importante está en aprender a manejarlos con respeto por los demás. Porque no debemos olvidar que la manera natural de arreglar un conflicto, es la violencia. “A está en conflicto con B. Lo que hago es borrar a B. ¡Ya no hay conflicto!” Gestionar el conflicto con el respeto de cada protagonista, eso se aprende. El desarrollo de la mediación constituye un excelente camino. Porque si la relación entre dos es potencialmente peligrosa – en el caso de conflicto puede degenerar en un ‘o tú o yo’ y como cada uno escoger ‘yo’, el resultado es la violencia– la relación chirría, con la introducción de un mediador, se puede llegar a la resolución del conflicto dentro del respeto del “y tú y yo”.

Educar para la fraternidad es educar en la interioridad

Finalmente promover la fraternidad es aportar alimento espiritual indispensable para su desarrollo. Hay cuento indio de América en el que el viejo apache enseña a su hijito una noche alrededor del fuego, diciéndole: “Tú sabes bien que en tu corazón, como en el corazón de todo hombre, que lucha de dos lobos; el uno gris agresivo, preparado para saltar sobre el otro, que le ve como una amenaza; el otro blanco, tranquilo, presto a acoger al otro, que lo ve como una riqueza”. Y el niño le pregunta: “Abuelo, a fin de cuentas ¿quién va a ganar?” Y el viejo apache le responde: “Aquel al que alimentes, mi pequeño”. Este problema lo tienen todos los educadores hoy, de los jóvenes que tenemos confiados ¿alimentamos el espíritu de fraternidad o más bien el de competición?

A MODO DE CONCLUSIÓN

Os propongo una conclusión a dos voces: la primera de un sacerdote católico, la otra de un filósofo musulmán. Comienzo por el Abbé Pierrre: “Todos estamos confrontados a escoger entre dos caminos, dos formas de compromiso, dos maneras de ser (…) Estos dos caminos son muy claros: yo sin los otros o yo con los otros. Ser feliz sin los otros o ser feliz sin los otros, Creerme autosuficiente o ser comunidad con el otro… Creerme autosuficiente. Escoger ser autosuficiente significa construirse, hacerse sin tener en cuenta las necesidades del otro, sus sufrimientos y las preguntas de los otros, es estar preparado para aplastar al otro, destrozarle, explotarle, no dejar que los otros consigan lo que quieren, o de una manera más frecuente, pero no menos terrible: no preocuparse de los otros, ser indiferente a su felicidad o a su malestar. (…) Pero se puede escoger el ser cercano a él, realizarse con él y con los otros, estando a la escucha de sus malestares y de sus necesidades, sentirse feliz compartiendo con él las alegrías, las penas y las luchas…”

Y la palabra final será la de un filósofo musulmán, Abdennour Bidatr: “Esto va bien también para los ateos como para los creyentes y seguro que también para los judíos, los cristianos y los musulmanes, y seguro que también para los franceses con valores como para los emigrantes de hace poco o de hace mucho tiempo. Cada uno va a tener que escoger entre la fraternidad universal o el repliegue sobre sí mismo, entre la gran familia humana o la pequeña tribu de los míos. Sea lo que acabo de decir “es mi hermano”, “es mi hermana”, hablando exclusivamente de los que tienen el mismo origen. La misma fe que yo… o bien camino con todos aquellos que quieren hoy comprometerse para hacer realidad una existencia concreta, real, cotidiana, de una fraternidad más amplia.”

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