Ágata García Fernández. Educadora Social Asociación Valponasca y la Fundación JuanSoñador (León).
Hace 30 años la mitad de la población española vivía en zonas rurales, pero, siguiendo el Informe Anual de Indicadores del Ministerio de Agricultura, ese porcentaje ha disminuido hasta el 16,24% y parece que la caída va a continuar ya que las zonas rurales están experimentando un proceso de abandono que está llevando a la desaparición de algunos pueblos. El Consejo Económico y Social de España reporta que el 95% de los pueblos tiene menos de 5.000 habitantes y el 60% están en riesgo de extinción debido a que su población es inferior a 1.000 habitantes.
Entre diversos problemas, se suele poner el foco en el despoblamiento de estas zonas —como si se tratara del único— pasando de puntillas por el resto de desequilibrios que arrastran las áreas rurales.
El medio rural es siempre uno de los más afectados por las crisis y, cómo no, también lo ha sido en esta pandemia: cierre de consultorios médicos, imposibilidad de visitar a las familias, dificultades para ir a hacer la compra, problemas con las telecomunicaciones, aislamiento dentro del aislamiento y miedo, mucho miedo. Y ante todas esas circunstancias, la vecindad unió sus fuerzas para salir adelante.
«Ante circunstancias adversas, en lugares adversos, la gente se puede organizar y ayudarse». Me dice por teléfono Rubén, promotor del Grupo de Ayuda Vecinal de la Montaña Oriental Leonesa durante el confinamiento.
Rubén Sánchez nació en Barcelona, pero siempre ha estado muy vinculado a Prioro (León) el pueblo natal de su madre. Fue hace 6 años cuando decidió cambiar la forma de vivir de las zonas urbanas por una más acorde a su filosofía: una vida más sencilla y minimalista. Dejó su trabajo como director de programa en la EiTB y, al contrario que la mayoría de la gente joven, se trasladó al pueblo materno para iniciar una nueva vida. Ahora trabaja para Getty Images haciendo fotografía de viajes (www.ruben.earth) pero, como a casi toda la población, el confinamiento le ha mantenido en casa.
Cuando se decretó el Estado de Alarma, Rubén empezó a pensar en las dificultades que podrían tener sus vecinos y vecinas, en su gran mayoría personas mayores, algunos con problemas de movilidad, sin poder ver a sus familias, sin servicios básicos… por eso, a través de las redes sociales lanzó un mensaje espontáneo: si alguien necesita ayuda, aquí estoy para lo que sea. «En una situación de emergencia coges el móvil y dices “esto” no te lo piensas. Sale de manera espontánea, haces lo que te gustaría que el resto hiciera por ti. Piensas: si no lo haces tú ¿quién lo va a hacer?».
No se hizo esperar la respuesta, rápidamente sus contactos respondieron y, lo que Rubén inició pensando que no iba a llegar a ningún lado, se terminó por convertir en algo muy grande. «Además del aislamiento forzado que sufrimos en el mundo rural en general, ahora llegaba el aislamiento por el Coronavirus. Sentí que teníamos que organizarnos y estar más unidos que nunca. Somos los olvidados de las administraciones y si no lo hacemos nosotros nadie va a hacerlo.»
Gracias a su iniciativa, nació un grupo de WhatsApp en el que se pusieron en contacto las personas que querían ayudar y las que precisaban de algún tipo de ayuda e, incluso, las familias de aquellas personas mayores que no disponen de acceso a internet o no se manejan con las tecnologías y necesitaban que alguien fuera a visitar a su padre madre para saber que se encontraba bien ya que se encontraban lejos.
«Al principio el grupo era más de apoyo psicológico ante el desconocimiento y el miedo que causó al inicio el virus. Intentábamos paliar el sentimiento de soledad de mucha gente que se había quedado sin poder ver a sus familias.» La madre de Rubén es enfermera y trabaja en el Hospital del Mar en una planta COVID-19, por lo que todos los consejos e informaciones que ella le trasladaba, él los ponía en común con el grupo para intentar tranquilizar e informar y poder así atajar la desinformación y los bulos que rápidamente se extendían a través de internet. También sensibilizaban sobre las medidas de prevención como la higiene de manos, la distancia social y el uso de mascarilla. «Nadie llevaba mascarilla, al ser pocos en el pueblo consideraban que no era necesario e hicimos una labor incesante sobre la necesidad de llevarla, de protegerse. Nos coordinamos con el Centro de Salud para dar información». Pero había otro problema, si en las zonas urbanas había desabastecimiento de mascarillas, en el mundo rural tan siquiera se esperaba que hubiera stock. «En la farmacia no había ni una y era imposible conseguirlas.»
«Un día, el alcalde de Maraña se pone en contacto conmigo para decirme que le donaban material para hacer mascarillas en Asturias. Que si organizamos algo para hacerlas. Lo pongo en conocimiento del grupo y enseguida nace un proyecto nuevo dentro del grupo de apoyo. Empiezan 4 o 5 personas y terminaron por juntarse 150 personas que confeccionaron un total de 15.000 mascarillas para repartir entre la población. Además de la elaboración, servía como entretenimiento y distracción para las personas que se unieron a la iniciativa. En su mayoría fueron mujeres las que se pusieron manos a la obra, pero también varios hombres se animaron a coser. En el grupo compartían patrones, trucos, formas de hacerlas… al final fue una terapia para todo el mundo. Salimos a repartir mascarillas en mano para aprovechar y visitar a las personas mayores. Al principio nos recibían con mucho miedo y desde lejos, pero poco a poco iban soltándose y descubrimos la necesidad de hablar que tenían ya que la única compañía que tenían era la televisión. Aún a día de hoy seguimos repartiendo mascarillas.
La verdad que era muy bonito ver como todo el mundo aportaba su granito de arena. Incluso aquellos que habían tenido problemas o que tenían mala relación dejaron a un lado las rencillas para echar un cable y poder superar unidos la situación».
En los peores momentos es cuando se conoce a las mejores personas, las que hacen el bien desinteresadamente. Y Rubén, es una de esas.