Brindando por veinte años del hogar Tragaluz

Beatriz Gutiérrez Cabezas. Educadora de la Fundación Juan Soñador. León.

El Tragaluz es un proyecto de acogida, un hogar donde viven chicos y chicas entre quince y dieciocho años aprendiendo a abrazar su realidad y preparándose para la emancipación, acompañados por la atenta mirada de un equipo de educadores y educadoras.

Hace veinte años que este proyecto se puso en marcha, así que hay que brindar y celebrarlo transmitiendo esta forma de entender la vida. En este brindis se recoge lo que se vive y ha vivido allí desde tres perspectivas diferentes: una educadora que lleva casi desde el comienzo, una chica que está actualmente viviendo allí y otra que lo hizo hace algo más de quince años. Las tres ríen, mezclan sus palabras y se emocionan con lo que fue, lo que es y lo que vendrá.

“Viví en el Tragaluz durante tres años, desde los quince a los dieciocho, eso fue hace algo más de quince años y aún hoy me sigue saliendo la palabra casa y familia cuando lo pienso. Llegué como un potro salvaje, no lo puse fácil, desde los cinco años llevaba viviendo en un centro y luego en la calle durante casi un año. Venía de verlo todo y con muy poca confianza en que mi vida pudiera dar un giro y no acabar abocada a lo previsible. Cuando llegué a esa primera entrevista, hubo algo que me transmitió cierta calma y pensé… ¡Estos no dan miedo! Luego estando allí, siempre me pregunté por qué no había llegado antes, había perdido mucho tiempo, no lo entendía…Con los años lo confirmo y pido para quien vive situaciones tan complicadas como la mía, que haya más tragaluces y personas como estas, que le ponen tanto amor, que al final te haces de miel.

Yo llevo un año viviendo allí, recuerdo que llegué desde otra provincia y aunque al principio la lié un poco, me he ido dando cuenta de que tienes que confiar, dejarte aconsejar para conocerte un poco más y ser mejor persona. Para mí también significa casa, me aporta la seguridad y estabilidad que mi familia no me ha podido dar.

Soy educadora en el Tragaluz desde hace algo más de dieciocho años y de alguna manera puedo decir que también es mi casa. En estos años, hay cosas que han cambiado y esencias que permanecen. Cuando comenzamos, el equipo era mucho más joven y también más pequeño; hemos perdido juventud y ganado experiencia, capacidad para relativizar y ser más conscientes de que somos meros acompañantes de estos chicos y chicas durante una etapa de su vida. Los recursos económicos han mejorado pero en algunos aspectos hemos perdido posibilidad para tomar decisiones… las peleas en cada momento han sido unas.

Posiblemente antes, por cómo estaba configurado el piso, los niveles de exigencia hacia los chicos y chicas eran mayores, el objetivo era la preparación para la emancipación y si no funcionaba ya no había más opciones, no había posibilidad de dormirse y eso a los dieciséis años es difícil de entender. Ahora mismo los recursos de la administración son otros y la presentación del piso es diferente, aunque yo diría que los chicos y las chicas no han cambiado tanto y el trabajo que el equipo educativo hace, sigue siendo el mismo. Si creo, que ha cambiado la manera en la que la sociedad mira, hay más miedos que impiden ciertas estrategias educativas, leyes más prohibitivas…

Escuchando estas palabras y con la perspectiva que me dan estos quince años desde que salí del piso, me doy cuenta que gracias a esa presión aproveché el tiempo. Hoy tengo mi profesión y una vida independiente que me permite no pedir nada a nadie. Pasamos por allí en una edad crucial, donde además no somos conscientes de este momento tan sensible y entonces te das cuenta de que a lo que te puedes agarrar, es a ese apoyo incondicional que genera seguridad para proyectar un futuro positivo. Desde esa verdad es imposible no confiar, aunque sientas que te tocan las narices, ya que en ese momento de tu vida no tienes la perspectiva para entender los tiempos.

La perspectiva desde el presente es más complicada, aunque lo que sí está claro es que me gustaría salir adelante como lo ha hecho ella. En el día a día me cuesta asumir los límites, nunca los había tenido, centrarme… soy consciente de las oportunidades, cuando se preocupan por ti, se nota y cuando la cagas, te das cuenta del daño que haces.

El equipo educativo somos una piña y eso es lo que sostiene las historias tan delicadas y sensibles que se viven allí. Como educadora, mi herramienta soy yo misma y ahí va todo, mi alma, mi cuerpo, mis tripas, mi cabeza… trabajamos desde la relación que generamos y aunque algunas relaciones pasan, muchas otras se quedan y se fortalecen con los años.

Recuerdo cuando cumplí dieciocho y tuve que irme, fue como dejar el nido y tener que volar… sentir el vértigo y el miedo a poder caer… y volé. Ahora sigo volando y el Tragaluz sigue formando parte de mi vida, cuando he necesitado algo siempre han estado y sé que siempre estarán. Si me pidieran algo yo también estaría, de hecho estaré… voy a comenzar un voluntariado, creo que puedo aportar desde el poso que me permite la experiencia, aunque lo mismo me echan porque aún hoy, me sigue gustando cuestionarles

En el piso cada una aportamos algo diferente, yo intento acoger a las personas nuevas que llegan, soy consciente de cuando llegué, lo que supone un sitio nuevo, nervios… Se agradece la acogida y el cariño, a mí me sale de manera espontánea. Las despedidas también han sido momentos especiales; tristes por el cariño que se crea entre nosotros y con cierta alegría cuando se hacen bien y piensas que te gustaría poder irte así, habiendo aprovechado la oportunidad.

Han pasado los años, los miedos y las ilusiones de las llegadas y despedidas siguen siendo imborrables, las cartas de presentación en forma de expediente se siguen desdibujando con los días y a partir de ahí todo siguen siendo sorpresas”.

Gracias por tener la valentía de hablar de la vida, gracias por hacernos partícipes de vuestra celebración.

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