¿Sirve de algo ocuparse de los chicos y chicas con un futuro especialmente difícil?

7 de febrero de 2018
Jaume Funes. Educador y Psicólogo. Barcelona En el verano de 2017 se producía en Barcelona un grave atentado en el que murieron una veintena de personas. Más allá de la tragedia general, escasamente explicable en términos de humanidad, los educadores y educadoras vivimos otro desconcierto profundo: los autores eran jóvenes (uno menor de edad) que […]

Jaume Funes. Educador y Psicólogo. Barcelona

En el verano de 2017 se producía en Barcelona un grave atentado en el que murieron una veintena de personas. Más allá de la tragedia general, escasamente explicable en términos de humanidad, los educadores y educadoras vivimos otro desconcierto profundo: los autores eran jóvenes (uno menor de edad) que parecían querer matar y morir y, además, no eran desconocidos ya que sus vidas, en gran parte, habían pasado por nuestras manos.

Vivían en un pueblo sin aparentes “periferias”, sus condiciones económicas no eran extremas, habían hecho su escolarización sin dificultades especiales. Quizás la única diferencia significativa en la atención recibida es que habían acudido a recursos de apoyo socioeducativo relacionados con las dificultades para llegar a formar parte de una sociedad que siempre encuentra razones para excluir. Pero, incluso allí, habían sido niños y adolescentes que acudían de manera activa.

EL SUPUESTO FRACASO EDUCATIVO

Ante esta aparente contradicción entre sus vidas conocidas y el drama de los hechos, una de las educadoras municipales, que había pasado años con ellos, escribía un texto personal (“Relato de una pesadilla”) y se formulaba la pregunta “¿qué hemos hecho mal?”. Interrogante que tenía que ver con otros muchos que nos hicimos y hacemos, con incertidumbres sin respuesta fácil. Un poco en el vacío del desconcierto muchos profesionales reflexionaron y escribieron para tratar de arrojar luz y para hacer ver lo mucho que desconocíamos de sus vidas o reclamar que solo con educación no se arregla todo (yo mismo escribí el texto “No quiero que mi alumno sea un mártir”, en El Diari de l’Educació).

Pero, aunque en Cataluña todas las preguntas humanas posibles han quedado sepultadas por otras tensiones, no ha desaparecido el crudo interrogante de saber si, desde la educación, se hizo lo que se debía hacer y se hizo adecuadamente. Pregunta que debe llevar a otra más en positivo, proyectada en el futuro: ¿qué es lo que debemos poner al alcance de los chicos y chicas como ellos, con dificultades sociales derivadas de su posición social y de su origen migratorio, que a veces tienen destacadas singularidades culturales, parte de ellas religiosas?

Resulta importante recordar lo que hacemos (a menudo en condiciones precarias y de manera insuficiente) porque la pregunta que se hacía la educadora también ha provocado respuestas de fondo que afirman la inutilidad de hacer nada con según qué personas. Debo recordar incluso que no faltaron artículos de profesionales sesudos, en periódicos de solvencia, alegrándose de que el chico menor hubiera muerto porque de lo contrario habría que haberle aplicado la ley de responsabilidad del menor, sin poderlo condenar a cadena perpetua.

¿QUÉ HACEMOS Y PARA QUÉ SIRVE LO QUE HACEMOS?

Sin embargo, ahora no escribo ni para defender adolescentes ni para buscar aportar explicaciones a lo que pasó. Aunque nunca sabremos lo que pasó por sus cabezas y sus vidas algún día descubriremos lógicas y razonamientos en los que no hemos querido o podido pensar. Ahora junto palabras para responder a la pregunta en positivo que acabo de formular. ¿Qué hacemos y para qué sirve lo que hacemos? Escribo para ordenar los contenidos básicos de lo que hacemos, tratamos de hacer o deberían dejarnos hacer. Hablar de las acogidas, las presencias y las acciones que son y deben seguir siendo realidades significativas en sus vidas.

Comencemos por aclarar de quién hablamos. En los espacios socioeducativos (con nombres diversos según el territorio, espacios de acogida, lugares de encuentro, centros de día, trabajo de calle, etc.) nos ocupamos -entre otros- de chicos y chicas de edades diferentes, vidas complejas demasiado frágiles, grupos familiares con lógicas vitales y educativas derivadas de sus orígenes distantes, inmersos en dificultades para tener infancia y para ser considerados ciudadanos entre ciudadanos diferentes. Vidas a menudo entre el aquí y el allá. Infancias y adolescencias con profundas ganas de formar parte del aquí si no fuera porque todo son dificultades para conseguirlo.

PUEDEN SER Y HACER DE NIÑOS

¿Qué es lo que realmente hacemos? Con independencia del buen diseño del recurso y de las precariedades de la atención, pretendo definir que el bagaje de nuestra atención está compuesto por cinco grandes contenedores, paquetes o conjuntos de acciones e influencias educativas.

En primer lugar, reciben un trato diferente al que les proporcionan otros adultos del barrio. Los acogemos y nos relacionamos con ellos porque son niños, niñas, adolescentes, jóvenes. Nadie les hace sentirse extraños. Nadie compara. No tienen que demostrar que no son un peligro. Pueden olvidarse de los orígenes familiares. No los acogemos porque son un desastre o tienen problemas con alguien.

Les garantizamos su derecho a ser niños y a comportarse como niños, a ser y hacer de adolescentes. Pueden tener la misma dosis de “gamberrismo” que sus colegas de edad y nadie achacará su comportamiento a alguna lacra familiar. Por unas horas, entre nosotros, se pueden desprender de todas las etiquetas. Además, pueden ser niños y adolescentes, dejar a un lado presiones familiares fuera de lugar. Con nosotros pueden aplicar su curiosidad infantil a buscar otras explicaciones del mundo o descubrir que lo que sienten dentro como adolescentes es enamoramiento o ganas de experimentar en lo desconocido.

GARANTIZAR EL DERECHO A LA FELICIDAD

Un segundo paquete de nuestra atención tiene que ver con compensar infelicidades. Somos algo así como garantizadores de la dosis básica de felicidad. Sabemos que todo desarrollo infantil necesita tener un conjunto de experiencias básicas de felicidad y no superar una dosis límite de padecimientos. No se tiene infancia cuando solo te envuelven desastres. Cuando todo es precariedad es posible que los climas familiares no sean demasiado acogedores y las felicidades escasas. Entre nosotros “alucinan”, se siente a gusto, cargan pilas, recolocan los malestares, olvidan padecimientos.

Poder vivir sin demasiadas etiquetas, no estar envuelto en permanente malestar, disfrutar de experiencias felizmente satisfactorias, es la condición básica para no odiar y no desear invertir la vida en una aventura desesperada.

OPORTUNIDADES NEGADAS

Como en todas las vidas en las que el empobrecimiento material y social priva de estímulos, nuestra atención tiene que ver con la construcción de oportunidades. Podemos decir que con el paquete de la construcción de oportunidades aportamos a sus vidas estímulos (todo aquello que desencadena en cada momento los procesos de desarrollo), disponibilidad de afectos (todo aquello que permite construir la propia seguridad a partir de sentirse vinculado a alguien), facilitación de vivencias, de experiencias vitales positivas (todo aquello que hace sentir satisfacciones vitales y construir la autoestima), posibilidades de aprendizaje, de adquisición de competencias, conocimientos, saberes, culturas (todo aquello que se necesita para vivir en la sociedad actual en compañía de otras personas).

No hay posibilidades de ser en positivo si, en los diferentes momentos infantiles y adolescentes, el desarrollo es automático, lineal, sin más sentido que el de crecer, llegar a ser mayor. Al ocuparnos de ellos y ellas hacemos que sean al menos lo que pueden ser (sus potenciales) y puedan tener un futuro no predeterminado. Que puedan intentar ser ellos y ellas, imaginarse en un futuro que nadie ha escrito, ninguna divinidad, ninguna familia, ningún origen social. Ayudamos a reducir los lastres y los desastres a los que su condición social y la sociedad, en la que están, los aboca.

GESTORES DE LA CONTRADICCIÓN PERMANENTE

También somos (cuarto grupo de atenciones) los apoyos para gestionar sus contradicciones. Sus vidas ni han sido ni serán fáciles, entre otras razones porque permanentemente la cruda realidad y las expresiones de otras personas les recordarán que no acaban de ser de aquí, mientras que tampoco tienen referencias sobre otro lugar del que poder ser. Les ayudamos a sentir que son de aquí como sus compañeros y amigos, gestionando el dolor de los rechazos y apartando como pueden la experiencia de descubrir que, del todo, no son de aquí.

Les ayudamos a integrar sus choques culturales, emocionales, relacionales. Han de poder vivir que, no traicionan nada cuando no se doblegan a ser como su padre, su madre, pero tampoco pueden renunciar a todo lo que ellos representan. Ayudamos a gestionar sus interrogantes y sus respuestas, sus visiones sincréticas del mundo. En la adolescencia les ayudamos a definir sus identidades múltiples, sus pertenencias parciales.

VIDAS CON PROYECTO

Por eso, el grupo final de nuestras intervenciones tiene que ver con ayudarles a tener un proyecto vital de síntesis. Les ayudamos a ir decidiendo cómo ha de ser su vida, formándose, tomando decisiones, sacando provecho de las experiencias, poniendo bálsamos que permiten cicatrizar las heridas, demostrando esperanza en sus posibles cambios y en sus aventuras.Al hacer que participen con otros, que se impliquen en cambiar la realidad del barrio que les envuelve y en ayudar a otros en sus mismas condiciones, les hacemos comprobar que sus formas de ser también son valoradas por otros, tienen valor.

Sostenemos difíciles proyectos de vida que otros muchos, otras experiencias, pueden hacer fracasar. En la medida que para nosotros son (personas con valía, niños, niñas, adolescentes, sujetos singulares y diversos) y en la medida que pueden llegar a ser, empujamos hacia el futuro. Manteniendo la espera y la esperanza hacemos más difícil las respuestas de desesperación.

OJO CON LA PREVENCIÓN

Es importante, sin embargo, no olvidar que todo esto no lo hacemos para evitar que algún día se conviertan en terroristas. Lo hacemos para hacer reales sus derechos de infancia, porque tenían derecho a que nadie (por sus orígenes sociales, por su pobreza o por su vida migrante) les privara de ellos y, al menos nosotros, tratamos de compensar pérdidas y no agudizar privaciones. También lo hacemos para que, sintiéndose personas, aprendiendo a pensar, buscando saber, viviendo más satisfactoriamente no dependan de sujeciones familiares y culturales.

Cuando acaben inmersos en sus adolescencias, como sus iguales, además habrán de aprender a gestionar las incertidumbres y los cambios, a tener vidas de seguridades relativas, a no dejarse vender verdades absolutas, del mercado o de las ideologías. Hacemos lo que hacemos sin soñar con milagros sociales. Sabiendo que otras muchas variables económicas y políticas hipotecan sus vidas, pero sin dejar de estar convencidos del valor real del acompañamiento educativo.

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