En las manos de Clara
Clara siempre supo que cuidar también era una forma de amar. Desde que su madre empezó a olvidar los nombres y a confundir las puertas, ella fue dejando cosas. Primero el cine de los martes. Luego las clases de yoga. Después, el café con sus amigas los domingos.
Decía que no pasaba nada. Que no le importaba. Que ya habrá tiempo para mí.
Hasta que un día, su hija Leire, de diez años, le trajo un dibujo: salían ella, la abuela y un sol muy grande. Pero Clara no tenía cara. Solo una silueta vacía.
—Es que ya no tienes tiempo para jugar conmigo —le dijo Leire, bajito.
Aquella noche, Clara lloró en silencio. No por tristeza, sino por cansancio. De ese que no solo duele en el cuerpo, sino en lo invisible.
Fue entonces cuando alguien le habló de un lugar donde daban “respiros”. Clara sonrió con incredulidad. ¿Respiros? ¿Eso se da?
Llamó. Dudó. Y finalmente confió.
Llegaron personas amables, con manos tranquilas. Le enseñaron que pedir ayuda no era rendirse. Que su madre también podía ser cuidada por otros, y que ella podía volver a tener tiempo sin sentirse culpable.
Poco a poco, Clara recuperó su cara. Volvió el cine de los martes. El café de los domingos. Y hasta los cuentos de antes de dormir con Leire.
Ahora, cuando alguien le pregunta cómo lo hace, Clara responde:
—Porque ya no cuido sola. Porque estoy, sí, pero también respiro.
Y entonces, sonríe. Con la cara entera.
Este cuento está inspirado en la experiencia real del proyecto “Esku Onetan – Servicio de Respiro” de Cáritas Bizkaia, que ofrece orientación, escucha y acompañamiento a familiares que cuidan de personas en situación de dependencia, facilitándoles un tiempo personal imprescindible para su bienestar.
