Somos Ana y Antonio, un matrimonio cordobés feliz, creyente y devoto de María Auxiliadora y Don Bosco. En septiembre de 2024, nuestra vida cambió para siempre: adoptamos a nuestra pequeña hija Eva en Costa de Marfil. Eva es luz. Es alegría pura, dulzura desbordante, coraje en estado puro y tenacidad envuelta en ternura. Esta es nuestra historia, narrada desde el corazón, y nuestras respuestas a quienes deseen conocer cómo el amor puede construir familia más allá de la sangre.
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¿Por qué os sentisteis vocacionados a construir este tipo de familia?
La historia de cómo sentimos llamados es una mezcla entre fe, amor y providencia. Desde siempre quisimos ser papás por adopción y fue en la oración, especialmente en la devoción a María Auxiliadora, donde empezamos a comprender que Dios nos estaba pidiendo algo diferente.
Y fue ahí cuando, poco a poco, se encendió en nosotros una nueva forma de amar. Comenzamos a sentir que nuestro deseo de ser padres no era solo nuestro, sino parte de una vocación más profunda: acoger, dar hogar, ser familia para quien necesitara pertenecer a un lugar, a unos brazos, a un “te quiero para siempre”. La adopción no fue un plan B. Fue el plan que Dios fue revelando poco a poco, con suavidad y firmeza.
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¿Cómo influye en la vida cotidiana y en la dinámica familiar cuando repentinamente la familia tiene un miembro más?
Decir que todo cambió sería quedarse cortos. La llegada de Eva no fue un ajuste: fue un renacer. De repente, nuestros días se llenaron de carcajadas, de pequeñas manos que se agarran con fuerza, de preguntas sin fin, de despertares atropellados, de descubrimientos diarios. Y aunque a veces el cansancio pesa, el alma se siente más viva que nunca.
Nuestra casa está llena de sonidos: canciones, juguetes que caen, cuentos leídos una y otra vez. Nuestros planes diarios se reorganizaron: menos tiempo para nosotros como pareja, más tiempo en familia. Pero también descubrimos algo hermoso: cada gesto hacia Eva nos unía más. Ser padres nos ha hecho un equipo aún más fuerte.
Ella nos ha enseñado a ver el mundo con otros ojos. Nos ha vuelto más pacientes, más flexibles, más humildes. Porque hay días en que no sabemos qué hacer, en los que nos equivocamos, y en los que necesitamos parar y decir: “Ayúdanos, Señor”. Pero también hay otros en los que vemos claramente que esto es lo que fuimos llamados a vivir. Y entonces agradecemos.
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¿Cuáles son las claves que definen vuestra nueva realidad familiar, aquellos aspectos más gratificantes y desafiantes de ser una familia adoptiva?
La clave que define nuestra familia es el amor. Un amor que no pide nada a cambio, que no espera que el otro se parezca a ti, ni que cumpla determinadas expectativas, ni que te devuelva el cariño con rapidez.
Amar a Eva es un acto de entrega constante, y eso lo hace aún más bello.
Uno de los aspectos más gratificantes ha sido ver cómo florece. Ahora corre, ríe, abraza con fuerza. Su risa a carcajadas ilumina cualquier día. El vínculo que hemos creado es algo milagroso. Cuando diariamente nos mira con esa mezcla de ternura y seguridad, sentimos que todo lo vivido vale la pena.
Pero también hay desafíos. Eva llegó con su historia. Aunque es pequeña, trae consigo preguntas, inseguridades, vacíos. Y nosotros debemos acompañar esos silencios con mucha delicadeza, sin invadir, pero sin abandonar. Algunos días se muestra más inquieta, más sensible. Entonces es cuando más necesitamos ser presencia serena, como lo fue la de María en las bodas de Caná: simplemente estar, escuchar, confiar.
A veces también enfrentamos miradas externas, preguntas incómodas, comentarios fuera de lugar. Pero, aunque puedan doler en determinadas circunstancias, no dejamos que eso nos desvíe.
Nuestra identidad como familia está en lo que vivimos, no en lo que otros entienden.
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Entonces, la adopción ¿tiene un impacto positivo en la comunidad?
Totalmente. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Desde que compartimos nuestra decisión de adoptar, muchas personas a nuestro alrededor se han sentido movidas, no solo a plantearse la adopción, sino a mirar la vida con más compasión y apertura.
También creemos que el testimonio de una familia adoptiva rompe esquemas. Ayuda a entender que ser familia no es una cuestión de genética, sino de amor perseverante. Cuando otros ven que Eva es tan hija nuestra como cualquier otra niña lo sería, se amplía el horizonte de lo posible. Nuestro entorno crece en empatía y en humanidad.
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¿Creéis que vuestro modelo de familia goza de la visibilidad y el reconocimiento que merece?
La verdad es que aún no del todo. Aunque hay avances y más apertura, todavía sentimos que las familias adoptivas a veces somos tratadas como “la excepción”. Se nos mira con admiración, sí, pero también con cierta distancia, como si fuésemos una rareza.
Nos gustaría que se reconociera más el valor de todas las formas de familia que nacen del amor. Que se visibilizara en medios, en escuelas, en las catequesis. Que los libros infantiles incluyeran más personajes adoptados. Que en las homilías se hablara con naturalidad de estas realidades. Que en los trámites administrativos no tengamos que explicarnos una y otra vez.
Pero también sabemos que parte de nuestra misión es dar a conocer este modelo con alegría. No desde la queja, sino desde el testimonio. Por eso intentamos compartir nuestra historia con sencillez y cariño, convencidos de que cada semilla plantada puede dar fruto en otras familias.
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Después de hablar de vuestra experiencia, ¿animaríais a otras personas a ser familias adoptivas/acogedoras?
Con todo el corazón: sí. Pero siempre desde la verdad. Porque ser familia adoptiva no es un camino fácil ni romántico. Es una entrega profunda, una escuela de amor real. Es una opción que transforma y que exige madurez, paciencia, y fe firme.
Animamos a todas las personas que sientan esta llamada a no cerrarse por miedo. Dios no nos llama para lo imposible. Él capacita a los que llama. Nosotros no sabíamos si podríamos con todo lo que implicaba adoptar, pero el Señor fue proveyendo. María Auxiliadora nos ha sostenido en cada paso.
No se trata de “rescatar” a un niño. Se trata de construir una historia juntos. De dejar que el amor haga su obra. Y os podemos decir con seguridad: vale la pena. Cada sonrisa, cada abrazo, cada “te quiero” que escuchamos de Eva, nos confirma que este es el camino que Dios soñó para nosotros.
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¿Qué recomendaciones daríais a otras personas que están considerando la adopción?
La primera recomendación es clara: orad. Dejad que Dios os hable al corazón. La adopción no es una decisión puramente práctica. Es vocacional. Hay que discernirla como se discierne el matrimonio o la vida religiosa: en diálogo con el Señor, en comunidad, con sinceridad.
La segunda: buscad información. Acercaos a asociaciones, a otras familias adoptivas, a profesionales. No idealicéis, pero tampoco os dejéis llevar por el miedo. Prepararse es amar con responsabilidad.
La tercera: sed pacientes. El proceso es largo, a veces incierto, lleno de trámites. Pero todo tiene un sentido. Cada espera forma parte de la preparación del corazón. En nuestro caso, el tiempo que tardamos en llegar hasta Eva fue también el tiempo que ella necesitaba para llegar hasta nosotros.
Y, por último: cuando vuestro hijo o hija llegue, sed todo para él o ella. No os guardéis nada. Amad sin medida. Escuchad mucho. No tengáis prisa. Cada niño tiene su ritmo para confiar, para sentirse seguro, para llamar “mamá” y “papá”. Respetad ese ritmo. Y rezad. Rezar en familia no sólo fortalece la fe, también sana el alma.
Hoy nuestra familia es un hogar lleno de risas, de aprendizajes, de fe vivida con los pies en la tierra y el corazón en el Cielo. Eva nos ha cambiado la vida. Pero también nosotros la hemos ayudado a descubrir lo que es el amor verdadero, el que no se gana ni se pierde, el que simplemente está porque amamos sin medida como FAMILIA UNIDA PARA SIEMPRE.
