La educación nos da esperanza y futuro
Iría Barreiro Sampedro, directora pedagógica de Formación Profesional en Salesianas Plaza Castilla. Voluntaria y coordinadora del campamento de verano de la Asociación Nazaret de San Blas y animadora de grupos de fe en Salesianos Estrecho de Madrid. Desde hace 10 años, imparte docencia en la etapa de FP Básica.
Como punto de partida, la Formación Profesional Básica, como el resto de las enseñanzas, debe garantizar el derecho a una educación de calidad, equitativa e inclusiva, ¿a qué desafíos se enfrenta al atender mayoritariamente las necesidades educativas de colectivos potencialmente vulnerables a la exclusión social?
El primer desafío al que se enfrenta el Grado Básico (antes conocido como FP Básica) es el de los prejuicios y el desconocimiento. Han pasado diez años desde que se implantó esta etapa educativa y todavía seguimos escuchando que es la etapa a la que mandar a los “últimos”, a los que ya no tienen solución, a los que nadie quiere en la ESO. Todavía hay quien piensa que nada bueno puede salir de la básica y, si ya son jóvenes potencialmente vulnerables a la exclusión, con esas expectativas tan bajas, el futuro de estos jóvenes no parece muy alentador.
Por eso, ¿crees que es importante que conozcamos los factores personales (como el momento evolutivo) y del contexto (como la familia y la escuela) que pueden ayudar a explicar el fracaso y el abandono escolar?
Es fundamental que así sea. Desde mi punto de vista, en los centros donde se imparte esta etapa educativa se debería establecer como criterio realizar entrevistas con todas las familias en los primeros meses del curso. No se puede descubrir en diciembre que un alumno vive con otras 8 personas en una infravivienda sin un lugar de estudio apropiado, que un joven ha sufrido acoso escolar durante los últimos cinco años de su vida, que una familia vive con el ingreso mínimo vital y un familiar dependiente en casa o que una joven arrastra las secuelas de un abuso sexual infantil. Las familias de los alumnos que llegan a Grado Básico suelen tener unas historias de vida que contextualizan y ayudan a entender perfectamente las características del alumno o alumna. De nada sirve discutir en un claustro sobre si ese joven debería saber lo que es un sintagma nominal o no, si no somos conscientes de lo que tenemos delante a nivel socioemocional.
Entonces, contextualizar la realidad de cada joven, ¿puede permitir que se articulen diferentes estrategias de intervención para paliar el problema?
Sí, y que humanicemos la relación educativa entre profesorado y alumnado, también. No hace falta estar en la básica para recordarnos como educadores que trabajamos con vidas a las que enseñamos mucho, pero que son mucho más de lo que hacen. Recuerdo un alumno que tuvo que abandonar el curso antes de tiempo porque se mudaba a otra ciudad y, después de meses llenos de intervenciones educativas por su comportamiento disruptivo, se despidió de mí con un abrazo diciéndome: “No soy como me comporto; ojalá me hubiera dado tiempo a demostrártelo”.
Si el objetivo de la Formación Profesional Básica es restaurar planteamientos educativos más integrales, ¿cómo se presta una atención personalizada que recupere la confianza en sus capacidades? ¿camino hacia la esperanza y su futuro?
La básica necesita grupos de alumnado muy reducidos y la ratio máxima ahora mismo es de veinte. Veinte alumnos y alumnas con veinte vidas tan complejas… no puede ser. A nivel organizativo, los centros deberían apostar por dotar de horas al profesorado tutor para el ejercicio de su función y cuidar mucho a este claustro a nivel emocional. Hay que estar muy en paz con el mundo y con uno mismo para sobrellevar la carga emocional que supone acompañar a este alumnado. Por lo demás, no hace falta estar hecho “de otra pasta” para trabajar en Grado Básico. Simplemente hace falta tener una mirada limpia sobre las personas jóvenes, la alegría y el buen humor necesarios para no darle demasiada importancia a nada y la esperanza y la tranquilidad de que lo que se siembra en los dos años que duran estas enseñanzas, da fruto. Siempre y en abundancia. Quienes llevamos una década en esto no solo lo creemos, lo hemos visto.
¿Cómo se puede conseguir esto en el día a día aun cuando las circunstancias no son favorables?
Practicando la paciencia. Hace poco les hice esta pregunta a un grupo de alumnos: ¿cómo hay que ser para trabajar con vosotros/as? El 80% incluyó la palabra paciencia en su respuesta. Me encantó recordarme a mí misma, tras una década de profesión, que mi alumnado espera, sobre todo, que tenga paciencia. No me piden que sepa mucho, ni que haga actividades increíbles en clase; que les motiven y les diviertan. Me piden que les quiera explicar las cosas una vez más, que vaya un poco más despacio si se pierden, que no me altere ni levante la voz, que cada día sea nuevo para mí (porque ellos y ellas, seguramente, también necesitarán que cada día sea nuevo), que quiera volver a intentar las cosas que no salieron bien el día anterior, que les dedique tiempo, que les escuche sin interrumpirles…
Personalmente, no me gusta vivir la esperanza como la ilusión hueca de que todo va a mejorar. Me gusta vivirla como esa espera paciente, donde disfrutar de lo que ya es y ya está siendo, y ese creer con alegría que muchas otras cosas maravillosas están por llegar.
Seguro que son muchas personas jóvenes las que recuerdas en estos momentos, es complicado, pero ¿podrías brevemente contarnos algún proceso de éxito?
Son muchísimos: D. vino el otro día a visitarnos al centro, terminó grado superior y trabaja en una importante consultora. A. fue mamá con 18 años y, con el apoyo de su pareja y su familia, sigue luchando por sacarse un Grado Medio y encontrar un buen trabajo. Y. pasó una temporada en situación de calle, pero consiguió que su familia le perdonara, volvió a casa y siguió estudiando. F. y M. han conseguido romper la tradición cultural de su familia de que las mujeres no estudian. L. acaba de terminar un Grado Superior con excelentes notas y el otro día estuvimos recordando con orgullo su llegada a la básica hace seis años y todo lo que ha conseguido hasta ahora. La básica es la etapa educativa de la segunda oportunidad que muchas personas jóvenes necesitan para volver a creer en sí mismos y encontrar su camino.
Para terminar, ¿qué mensaje de esperanza les darías a las personas que se sienten llamadas a trabajar con este tipo de alumnado?
Quienes nos dedicamos a los jóvenes tenemos el deber de poner siempre el foco en las cosas que ayuden a avanzar y no dejarnos llevar por la angustia, la frustración y la visión negativa de todo lo que queda por hacer, de todo lo que se podría cambiar, de todo lo que no debería ser. Con dedicar cinco minutos a hablar de los problemas, es suficiente. Nuestro tiempo y nuestra energía debería recaer en hablar de soluciones, en ser creativos, proponer, alentar, ilusionar, inspirar a otras personas… A eso nos debemos dedicar los equipos educativos en cuerpo y alma —sobre todo, quienes trabajamos con perfiles tan sensibles como el alumnado de la básica—: a poner los síes que faltan, a allanar los caminos, a encontrar la oportunidad, a actuar con determinación, pero, sobre todo, con paciencia y esperanza; que las flores a veces tardan en abrir.