El Hogar Juana Francés: un espacio para crecer
El Hogar Juana Francés es un recurso educativo enfocado en la emancipación y la autonomía de jóvenes entre los 16 y 23 años. Sin embargo, la mayoría suele llegar cuando ya han cumplido la mayoría de edad. Este recurso se caracteriza principalmente por contar con un equipo educativo disponible las 24 horas del día, ya que el perfil de los y las jóvenes que atendemos requiere un acompañamiento más específico y supervisado.
En términos generales, es importante mencionar que no sólo trabajamos con personas con diversidad funcional intelectual, sino también con jóvenes que presentan trastornos de conducta, trastorno bipolar, trastorno antisocial de la personalidad, situaciones de libertad vigilada, violencia filio-parental, necesidad de realizar trámites burocráticos (especialmente en el caso de personas extranjeras), depresión mayor, esquizofrenia u otras enfermedades mentales, con todo lo que ello implica.
Al ser un recurso de emancipación, nuestras actividades principales están orientadas a trabajar aspectos de la vida diaria para alcanzar una autonomía real. Cabe destacar que la finalidad del proyecto va mucho más allá de establecer rutinas: también nos enfocamos en el desarrollo afectivo-emocional, académico y social de los y las jóvenes. Por eso, cada semana realizamos los llamados «talleres», en los que abordamos temas formativos, deportivos y otros más prácticos, centrados en resolver problemas cotidianos.
En estos espacios se genera siempre un entorno seguro donde debatir y aprender juntos. Son momentos valiosos, ya que los propios jóvenes descubren que no todos piensan o actúan igual, lo que fomenta el aprendizaje entre iguales y reduce la figura del educador o educadora como la única fuente de conocimiento.
Es cierto que seguimos enfrentando muchas barreras. Este perfil de jóvenes —ya considerados adultos— muchas veces muestra cierta indiferencia hacia las normas y reglas de convivencia que rigen el funcionamiento del recurso. Más allá del diagnóstico que puedan tener, no dejan de ser adolescentes que, de un día para otro, asumen las riendas de su vida y los derechos de un adulto, sin contar con el conocimiento o la preparación necesarios para ello.
Además, se enfrentan a la escasez de recursos disponibles para su rango de edad dentro de la red de emancipación e inclusión. Esta falta de apoyo afecta especialmente a jóvenes con discapacidad o migrantes, quienes apenas encuentran espacios para conocer a personas de su edad o establecer vínculos y amistades, tan importantes en su desarrollo y adaptación social.
Este es un trabajo que conlleva un gran desgaste emocional, aunque desde fuera no siempre se perciba así. Nuestro recurso es de carácter voluntario, y hay que tener en cuenta —porque todos hemos tenido 18 años— que muchos jóvenes salen sin una estabilidad clara, sin valorar aún la importancia de tener un empleo o estudios, gestionar bien el dinero o ser responsables con sus tareas.
Por eso, en nuestro día a día celebramos las pequeñas grandes victorias de cada uno: tener la habitación recogida, saber hacer la lista de la compra o planificar el fin de semana. Nos alegra cada avance, y confiamos en que mientras estén con nosotras, aprendan todo lo que puedan y se sientan queridos y acompañados en el proceso.
Aun así, esta es una labor que elegimos cada día. Sabemos que “lo social” siempre ha sido considerado vocacional, y nos gusta pensar que de este sector salen personas con una enorme capacidad de reflexión y autocrítica. Por eso, constantemente nos preguntamos: “¿Lo estaré haciendo bien? ¿Vale la pena seguir si no veo resultados?” La respuesta es SÍ, y queremos dejarla escrita por si alguien necesita recordarlo alguna vez.
No siempre es fácil —de hecho, lo más común es que no lo sea—, y lo sorprendente es cuando algo nos sale bien a la primera. Trabajamos con personas, cada una con su historia y su manera de ser. Por eso, si logramos que sientan que estamos con ellas y que este puede ser un hogar seguro, eso ya es un éxito.
Como equipo, valoramos mucho contar con espacios para hablar, expresar y desahogar todo eso que a veces se hace nudo, como un ovillo de lana. Tenemos la suerte de formar parte de un grupo muy unido, donde las decisiones se toman en conjunto y todos remamos en la misma dirección. Sabemos que esto no es lo habitual —aunque debería serlo—, y lo valoramos mucho.
Hoy en día, son escasos los recursos fuera del sistema de protección. Y decimos “escasos” en relación con el alto nivel de demanda existente. Ahora es cuando estamos empezando a tomar conciencia de la necesidad de seguir acompañando a los y las jóvenes en su tránsito hacia la vida adulta. El sistema puede y debe mejorar, pero de momento, lo más efectivo es dar visibilidad a este tipo de proyectos para que la sociedad conozca estas realidades y entienda qué tipo de apoyo necesitan los y las jóvenes.
Quizás mañana, gracias a esa visibilidad, alguien sin experiencia pueda encontrar una oportunidad de empleo, o se adapten mejor los sistemas educativos para mayores de 18 años, o incluso se creen puestos de trabajo más adecuados a estos perfiles. Porque ellos y ellas son capaces de todo, solo necesitan un poco más de tiempo para adaptarse y adquirir ciertas rutinas.
Para cerrar, queremos compartir unas palabras de Lope de Vega que nos representan profundamente:
“Lo que cuenta no es mañana, sino hoy. Hoy estamos aquí, mañana tal vez nos hayamos marchado.”
Y eso resume muy bien nuestra realidad. Trabajamos con jóvenes a los que debemos darlo todo hoy. No podemos esperar al mañana, porque son ellos y ellas quienes deciden quedarse un día más. Y hasta que llegue ese momento de marcharse, esperamos haberles entregado las herramientas necesarias para que comiencen su camino.