Acompañando Sueños: Ser Educadora de Jóvenes Migrantes en Canarias

20 de febrero de 2025
Virginia Mora, educadora en Tenerife, comparte su experiencia acompañando a jóvenes migrantes en su inclusión. En La Voz de, descubre su testimonio sobre los retos y esperanzas de la acogida en Canarias.

Una realidad cada vez más crítica

Hola, soy Virginia Mora y soy educadora en Tenerife dentro del programa Buzzetti de la Fundación Don Bosco Salesianos Social, un programa de atención a jóvenes con dificultades de acceso a la vivienda.

Mi labor como educadora en este programa comenzó en 2017, y puedo decir con seguridad que la situación que vive actualmente Canarias en relación con la migración de jóvenes provenientes de África es cada vez más crítica y alarmante. En los últimos años, el flujo migratorio hacia las Islas Canarias se ha intensificado, especialmente entre jóvenes que huyen de condiciones de pobreza, conflictos, violencia y falta de oportunidades en sus países de origen, principalmente Marruecos, Senegal, Malí y otros países subsaharianos.

El viaje y la llegada: desafíos desde el primer día

Estos jóvenes, en su mayoría menores de edad o con edades entre 18 y 25 años, emprenden un viaje extremadamente peligroso con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Las travesías en embarcaciones precarias, a menudo en condiciones de hacinamiento y sin garantías de supervivencia, son solo el comienzo de una serie de desafíos que enfrentarán. Muchos de ellos llegan a las Islas Canarias tras largos días en el mar, agotados, con signos de deshidratación y malnutrición, y algunos no sobreviven al viaje. Aquellos que logran llegar son recibidos en condiciones muy precarias en centros de acogida desbordados por la cantidad de personas.

Si bien en algunas ocasiones la acogida inicial puede estar organizada, las condiciones en los centros de acogida no siempre son las adecuadas. El estrés emocional y psicológico de los jóvenes es un problema significativo: muchos llegan traumatizados por el viaje y por las circunstancias que los obligaron a migrar, como la violencia o la falta de recursos. Además, el largo proceso burocrático para obtener el estatus de refugiado o regularizar su situación puede ser un reto adicional. Algunos no cuentan con los recursos legales ni con la información necesaria para regularizar su situación, lo que los deja expuestos a riesgos de explotación laboral, precariedad y, en muchos casos, a la irregularidad.

Una acogida con carencias y barreras

El sufrimiento de estos jóvenes se agrava por la falta de recursos para atender a toda la población migrante que llega. La sobrecarga de los servicios de acogida y la falta de infraestructuras adecuadas hacen que las promesas de una nueva vida se vean empañadas por la incertidumbre, la inseguridad y la discriminación. Además, la integración en la sociedad canaria y española es un proceso lento y, a menudo, difícil, especialmente en un contexto de crisis económica y social en la región.

Esta situación pone en evidencia la necesidad urgente de un enfoque integral y humano en el tratamiento de la migración. No se trata solo de gestionar los flujos migratorios, sino de garantizar el acceso adecuado a servicios básicos como educación, atención sanitaria y apoyo psicológico para que puedan construir un futuro digno. Es crucial que las políticas migratorias se basen en los derechos humanos y en la solidaridad internacional, sin olvidar el sufrimiento y las aspiraciones de quienes arriesgan todo por una oportunidad de vivir.

Ser educadora: una experiencia de aprendizaje y compromiso

Ser educadora de jóvenes migrantes es una experiencia que, aunque llena de retos y dificultades, también está cargada de gratificación. En mi día a día, acompaño a jóvenes que han vivido situaciones extremas: han atravesado desiertos y mares, han dejado atrás a sus familias y han llegado a un lugar desconocido, con costumbres y lenguas ajenas. A pesar de todas las adversidades, su resiliencia y capacidad para seguir adelante me inspiran constantemente.

El trabajo de educadora no se limita a lo educativo, sino que también implica ser un punto de apoyo emocional y psicológico. La mayoría de estos jóvenes han vivido experiencias traumáticas que marcan su vida y su visión del mundo. Verlos empezar a superar esas huellas emocionales, encontrar confianza en sí mismos y en su entorno es una de las mayores recompensas. No siempre es un proceso rápido, pero cada pequeño avance, cada sonrisa después de un día difícil, cada gesto de gratitud, me hace sentir que el trabajo que hacemos tiene un propósito.

Construyendo un futuro digno

Lo más gratificante es cuando veo que, a pesar de todo lo que han pasado, los jóvenes empiezan a creer en su futuro. En mi labor, no solo intento enseñarles a adaptarse a su nuevo entorno, sino que también busco fortalecer su autoestima, proporcionarles herramientas para que sean capaces de tomar decisiones por sí mismos y ayudarles a construir una vida digna, en la que se sientan valorados y parte de la comunidad. A veces, incluso cuando parecen no tener esperanza, algo cambia y muestran señales de querer seguir adelante. Ayudarles a comprender que, aunque el camino sea largo, pueden tener un futuro mejor, me genera una profunda satisfacción.

Un desafío con un impacto humano profundo

A nivel personal, este trabajo también supone un desafío constante, ya que cada joven tiene su propia historia, sus propias necesidades y su propio ritmo de adaptación. Sin embargo, saber que, aunque sea de manera pequeña, puedo contribuir a su integración y bienestar me llena de sentido. Cada día me recuerda la importancia de la empatía, la paciencia y el compromiso, y me hace sentir que el impacto de mi trabajo va más allá de lo profesional: toca lo humano, lo emocional, lo fundamental.

Más que un trabajo, un propósito

En resumen, ser educadora de jóvenes migrantes me ha enseñado el valor de la perseverancia, la solidaridad y el respeto por la diversidad humana. Lo más gratificante es ver cómo estos jóvenes, que llegaron con incertidumbre y miedo, poco a poco van encontrando su camino, aprendiendo a ser autónomos y confiando en sí mismos. Verlos crecer y empezar a soñar con un futuro mejor es, sin duda, lo que más me llena y me motiva cada día.

TE PUEDE INTERESAR