Por Albert Trepat Porcar de Salesians Sant Jordi
En un contexto donde la desigualdad y el individualismo parecen dominar, este artículo reflexiona sobre la importancia de los proyectos socioeducativos y la colaboración entre entidades del tercer sector para construir una sociedad más justa e inclusiva. A través de iniciativas que promueven la educación integral, el apoyo emocional y la inclusión social, estas organizaciones enfrentan limitaciones institucionales y financieras para ofrecer un futuro mejor a los colectivos más vulnerables. Salesians Sant Jordi, con su extensa experiencia en Cataluña y fiel al espíritu salesiano, es un ejemplo de cómo este trabajo transforma vidas y promueve el bien común.
Llevo un largo recorrido en el mundo social, trabajando en proyectos socioeducativos desde 2010. He acompañado a menores, jóvenes y sus familias en distintos procesos vitales, y la gran mayoría de ellas me han hecho sentir que mi trabajo cumple una función. Cada día que pasa veo más fundamental y necesaria la labor que desarrollamos en los distintos proyectos, dado que aumenta el número potencial de personas a las que acompañamos y éstas cada día están más solas y vulnerables. El impacto positivo de los proyectos socioeducativos que genera en la comunidad es cada vez más visible y necesario. Pero esto no lo podemos hacer en solitario necesitamos la consciencia y el compromiso de las instituciones y seguir abanderando la importancia del trabajo en red.
Vivimos en un mundo globalizado donde la inmediatez y la conectividad son parte de nuestra rutina diaria. A primera vista, todo parecen ventajas. Tener al alcance de un clic: información, productos y oportunidades. Pero, bajo esta superficie brillante, se asoma una sociedad que cada vez tiende más hacía el egoísmo y el egocentrismo. El interés personal parece haberle ganado la partida al bien común. En este entorno se tornan cada vez más necesarias las entidades del tercer sector.
Los proyectos socio-educativos, con programas que incluyen el apoyo escolar, las iniciativas de formación en habilidades sociales, emocionales y laborales y también el trabajo familiar son elementos clave para fomentar sociedades más justas e inclusivas que evolucionen hacia una comunidad más fuerte, que permita que todas las personas se sientan parte de algo más grande.
Nuestros proyectos ponen énfasis en las capacidades de las personas, en respetar su autonomía, sus ritmos y su libertad de elección, omitiendo juicios de valor, esforzándonos para que las personas con las que trabajamos se sientan respetadas y queridas. El buen trato y el compromiso social son variables de éxito necesarias para aprovechar cualquier propuesta de aprendizaje. Desde esa mirada positiva y la acogida incondicional acompañamos procesos vitales haciéndoles partícipes de sus propias vidas y facilitando oportunidades de crecimiento personal y de inserción en nuestra sociedad.
Pero toda esta tarea no es fácil, en muchas ocasiones sentimos que el camino lo hacemos demasiado solos. El sector social no dispone del reconocimiento y apoyo que necesita por parte de la sociedad y sobre todo de las instituciones.
La capacidad de las organizaciones para actuar está muy limitada. Nos encontramos con una financiación insuficiente y un exceso de burocracia que dificulta la sostenibilidad de las entidades. A pesar de que existan proyectos innovadores con resultados positivos resulta difícil darles continuidad a largo plazo. En la situación actual es normal ver organizaciones sobrecargadas, con recursos escasos y obligadas a competir entre ellas para la obtención de subvenciones. Esto es muestra de la precariedad e inestabilidad laboral del sector. Además, esta situación se está agravando en los últimos tiempos porque cada vez hay mayor número de personas vulnerables en las distintas áreas (la salud mental, el sinhogarismo, la educación y el apoyo social).
Por otro lado, es importante denunciar la falta de voluntad de las instituciones para que las entidades del tercer sector sean vistas como aliadas estratégicas en la creación de políticas públicas. Mientras los centros socio-educativos estamos viviendo transformaciones en la línea de fomentar la participación y la toma de decisiones de nuestros destinatarios, principios básicos para la eficacia de nuestras actuaciones y derechos básicos de cualquier ciudadano, las instituciones van unos pasos por detrás y siguen considerando a las entidades como meras proveedoras de los servicios que prestan.
La situación actual es una oportunidad para replantear las estructuras y el sistema creando un modelo que se sustente más en la cooperación. La responsabilidad de crear una sociedad justa e inclusiva es de las instituciones y éstas deberían liderar el proceso. Este liderazgo también debería asumir que quien convive a diario con la población más vulnerable y es más consciente de sus necesidades son las entidades. Un modelo de gestión con relaciones más horizontales que de mayor voz y capacidad de decisión a las entidades es necesario. La construcción de estrategias y la operativización de estas deberían ser espacios normalizados del día a día de las entidades. Este cambio de paradigma debe empezar en las instituciones y debe extenderse y hacerse operativo en las ciudades, barrios y comunidades de todo el territorio.
Actualmente se habla mucho del trabajo en red y es cierto que es una condición indispensable para poder lograr una sociedad más inclusiva. Pero también es cierto que en la mayoría de ocasiones este trabajo se limita a un traspaso de información que poco tiene que ver con estrategias comunes para abordar la realidad de los destinatarios de forma holística y coordinada desde los diferentes servicios.
La realidad más extendida (siendo optimista) es que cada servicio delimita su ámbito de acción de forma individual con la voluntad de hacer un bien a la comunidad pero con una relativa eficacia al no compartir una estrategia común. El resultado es que parcelamos las dificultades de nuestros destinatarios y no logramos intervenir de forma integral ni coordinada.
Como ejemplo, no existen a nivel institucional procedimientos o protocolos que obliguen a coordinar una intervención con los niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad. En ocasiones se dan estas sinergias positivas que favorecen alcanzar un mayor impacto pero estas dependen de la voluntad de los profesionales de ambos sectores. A pesar de estar hablando de los mismos niños con la intención de incidir sobre las mismas competencias no está estructurada una intervención que diferencie funciones y se complemente para alcanzar el mayor impacto. La realidad de hoy en día es que muchos centros escolares desconocen los distintos servicios de los centros socio-educativos que podrían aprovechar para mejorar el impacto en el desarrollo y la educación de los alumnos con distintas problemáticas. La realidad es que los centros socio-educativos, desde la personalización, en muchas ocasiones, deben trabajar primero el área emocional porque muchos de los niños se sienten rechazados y excluidos del sistema educativo.
Algo parecido pasa con la relación entre los servicios sociales y los centros socio-educativos. Un número no despreciable de familias se sienten menospreciadas por los servicios sociales al no recibir las ayudas que necesitan o piensan que les corresponden. Por el contrario, habitualmente encuentran en los educadores de los centros un entorno seguro y de contención. La intervención en esta realidad compleja requiere de un trabajo muy coordinado y bien estructurado con las funciones de cada servicio muy bien delimitadas y con un flujo de comunicación constante que impida que las familias se sientan desatendidas.
En conclusión, la actual situación hace indispensable una apuesta por las entidades del tercer sector y los centros socio-educativos dado que cumplen un papel fundamental en la construcción de sociedades más justas y equitativas. Los centros socio-educativos deben seguir reivindicándose, denunciar las fallas del sistema actual y ser ejemplo de la apuesta por trabajos comunitarios eficientes. Los desafíos actuales sólo se podrán superar construyendo relaciones más sólidas y colaborativas entre las instituciones, los centros socio-educativos, los centros escolares y los servicios sociales que se apoyen y pongan en valor la dedicación de los profesionales con una gran vocación.