Construyendo puentes en el diálogo sobre género: una misión entre generaciones

4 de noviembre de 2024
En esta entrevista, Marta comparte su experiencia y visión sobre cómo adultos e Iglesia pueden tender puentes con los jóvenes en un tema tan complejo como el género. Su reciente libro Género, jóvenes e Iglesia busca ser una herramienta para superar la brecha generacional y cultural, y fomentar un diálogo riguroso y abierto que respete la dignidad de cada persona.

Marta es consagrada del Regnum Christi y doctora por la Universidad Gregoriana. La cuestión de género fue la base de su doctorado sobre las raíces filosóficas de las teorías de género y también de su trabajo final del máster en bioética. Su doctorado recibió el Premio Bellarmino a la mejor tesis doctoral de la Gregoriana (2021-2022) y el Premio de Lubac, otorgado por el Estado francés, a la mejor tesis en lengua no francesa de todas las universidades pontificias de Roma. A los 20 años se trasladó a Roma para promover un proyecto cultural sobre un nuevo feminismo, que en 2003 dio lugar al Instituto de Estudios Superiores sobre la Mujer del Ateneo Regina Apostolorum, donde actualmente es coordinadora del área de investigación. Además, es profesora de filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y directora del curso “Género, sexo y educación” en la Universidad Francisco de Vitoria. Recientemente, ha publicado un libro sobre género, jóvenes e Iglesia (Editorial Encuentro).

¿Qué motiva tu formación y proyección profesional sobre la cuestión de género?

Mi primer contacto con el género fue en marzo del año 2000, cuando, estando en Roma, seguí con mucho interés el desarrollo de la Conferencia de las Naciones Unidas Pekín+5. El término “género” había sido introducido en la plataforma de acción de la conferencia de 1995 y, aunque era una cuestión relativamente reciente, intuí desde el inicio la trascendencia del contenido que se diera a este término.

El interés se mantuvo a lo largo de los años, y por eso fue el tema de mi trabajo final del máster en bioética en 2012. Creo que este interés aumentó notablemente cuando la pregunta científica se enriqueció con la motivación pastoral. Esto ocurrió cuando me encontré con las preguntas de los jóvenes. Una huella particular me la dejó la reunión presinodal del Sínodo de los Jóvenes, en marzo de 2018, en la que tuve la gracia de participar. Me llamó la atención cómo los jóvenes pedían una palabra “clara y empática” de la Iglesia sobre el género y la homosexualidad, y decían no recibirla. A partir de ahí, empecé a tener encuentros, cursos y diálogos de diverso tipo con jóvenes en distintos países del mundo, y confirmé que la imposibilidad de un diálogo sereno con los adultos sobre este tema es, para ellos, una experiencia que acarrea frustración y sufrimiento.

A lo largo de los años, se fueron uniendo el interés académico y el pastoral, y me sentí llamada a crear puentes de diálogo en torno a la cuestión de género. Esto exigía comprender la complejidad del tema, iluminarlo con rigor desde una antropología adecuada y buscar traducirlo en líneas de acción pastoral y cultural.

¿Cómo has juntado las piezas?

A través del libro Género, jóvenes e Iglesia.

El libro busca dar herramientas a los adultos en el diálogo con los jóvenes sobre la cuestión de género. Esto implica juntar las piezas de las generaciones, que en este momento se encuentran totalmente alejadas. También supone juntar las piezas del género y la antropología cristiana, y mostrar que no son incompatibles. Quiere juntar las piezas de las teorías de género y la Iglesia, ya que tampoco están en contradicción absoluta y tienen mucho que decirse mutuamente. Finalmente, intenta juntar las piezas de posiciones a veces polarizadas en el ámbito cultural, mostrando que es posible encontrar un terreno común y sugiriendo un método de diálogo en torno a estos temas.

Ante la rapidez y amplitud con la que surge hoy en día la cuestión de género, ¿está preparada nuestra sociedad? ¿Y nuestra Iglesia?

No, ni a nivel social ni eclesial. Los motivos son varios: tenemos una comprensión insuficiente y, a veces, sesgada de la cuestión, ya que entendemos el género como si fuera una realidad monolítica, cuando en realidad es heterogénea y compleja. Creo que no es adecuado hablar de “la teoría de género”; sería más preciso referirnos a “las teorías de género”, ya que son muchas, parten de presupuestos muy distintos y sus conclusiones son a veces antagónicas. Además, nos acercamos a la cuestión, en ocasiones, con categorías antropológicas oxidadas, insuficientes para iluminar las preguntas de fondo.

Finalmente, el prejuicio y el miedo condicionan la mirada, dificultan la comprensión del problema y desde luego obstaculizan la pastoral. Todo esto, mezclado con la polarización que caracteriza hoy nuestra cultura, hace que la cuestión del género sea particularmente explosiva.

¿Es posible evitar la brecha generacional, social y pastoral en torno a esta cuestión?

¡Sí! Esa es mi experiencia concreta, y trato de comunicarla en el libro. Para ello, es necesario crear las condiciones del encuentro y contar con las herramientas adecuadas para “salir del laberinto”, afrontándolo con rigor y serenidad. Creo que superar la brecha no solo es posible, sino necesario y urgente. Los jóvenes están sedientos de una palabra que los oriente —aunque a veces expresen lo contrario— y tienen derecho a recibirla. Por otro lado, los adultos necesitamos de los jóvenes para comprender la cuestión en toda su complejidad y para superar concepciones insuficientes, fruto del miedo o de la inseguridad. Nos necesitamos mutuamente si queremos iluminar de modo adecuado esta cuestión.

¿Cuáles podrían ser estos puentes de diálogo?

Para empezar, requieren una actitud de escucha y apertura real de parte de ambos, y creo que los adultos debemos comenzar dando el ejemplo. Con frecuencia, nuestras miradas, lenguaje gestual o palabras abortan el diálogo antes de que los jóvenes puedan expresar realmente lo que piensan, lo cual los coloca en una actitud defensiva. Sin una confianza y apertura real, el diálogo es inexistente: es solo debate.

Una vez creadas las disposiciones para el diálogo, hay que asegurar las condiciones de posibilidad. No son lo mismo: las disposiciones son subjetivas y las condiciones son objetivas. Para que haya diálogo, es necesario hablar un mismo idioma; si no, quedan las ganas y la apertura. En el caso del género, esto implica tener un terreno y un lenguaje común. Con frecuencia, usamos términos con contenidos distintos o los abordamos desde perspectivas diversas. Es necesario un trabajo riguroso para poder dialogar, comprenderse, cuestionarse y avanzar juntos. En mi experiencia, conviene que este diálogo empiece en el nivel propiamente antropológico, para luego pasar a los aspectos éticos o políticos. Si no hay claridad en el primer nivel, abordar los otros es prácticamente imposible.

He tenido la suerte de ver cómo, cuando se dan estas condiciones y disposiciones para el diálogo, este milagro ha ocurrido. Eso me convence de que es el camino a seguir.

¿Cómo entender la cuestión de género desde el cristianismo?

Amoris Laetitia, en el número 56, da una indicación clara: el género y el sexo se pueden distinguir, pero no separar. El género es la interpretación cultural del sexo, es decir, cómo las distintas sociedades interpretan el dato del sexo. Es justo distinguirlo del sexo, pero no desvincularlo. Desde la antropología cristiana, el sexo no es solo una cuestión de biología; se trata de un rasgo constitutivo de toda la persona, que abarca cuerpo y alma. Así, el género y el sexo se pueden distinguir de forma análoga a como se distinguen la naturaleza y la cultura en la persona.

En términos de identidad psicológica, podríamos decir que esta es bio-psico-social. Esto significa que las tres dimensiones entran en juego y que todas son igualmente importantes. No se pueden reducir una a la otra, ni tampoco desvincular.

¿En qué claves puede avanzar la Iglesia en torno a estos temas?

La pastoral está toda por desarrollar… creo que es urgente avanzar para poder ser una interlocutora creíble para los jóvenes en este campo. Ahora mismo no lo somos: no creen que la Iglesia tenga mucho que aportar en este tema. Esto implica formar formadores que sepan afrontar el tema de modo adecuado, lo cual requiere todo un reformateo mental. Además, es necesario desarrollar la pastoral para las personas que viven distintas situaciones de género y que no encuentran fácilmente espacios y personas que las animen y sostengan en su camino de seguimiento de Cristo. Esta pastoral también es necesaria para los padres de estos jóvenes. ¡Hay mucho camino por recorrer! Creo que se requiere un poco de profecía para iluminar estas cuestiones, y estoy convencida de que el Espíritu Santo está deseando guiarnos en este camino.

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