Educar a los jóvenes en la afectividad y la sexualidad es un tema recurrente que vuelve con frecuencia al debate social, mezclado con las crónicas, a veces trágicas, de las noticias: feminicidios, igualdad y violencia de género, el papel de los medios de comunicación, la presencia dominante de las redes sociales y la invasión de la pornografía. La Congregación Salesiana ha sentido la necesidad de profundizar en este tema y de formar a los educadores en el desarrollo y maduración de la dimensión afectiva y emocional de los jóvenes. Así, a través de itinerarios formativos y experiencias adecuadas para laicos y salesianos, puedan acompañarlos en la educación en el amor y el cuidado de la familia. Este aspecto se aborda dentro del marco antropológico salesiano de referencia, es decir, en un marco que concibe a la persona en la totalidad de sus dimensiones: moral, espiritual, social, intelectual y afectivo-emocional, así como en su libertad de elección y capacidad de discernimiento.
Es un área que nos interpela como creyentes, como Iglesia y como educadores, insertos en nuestros complejos y fascinantes contextos educativos. Nos impulsa a ir más allá para tratar de comprender hacia qué caminos nos quiere conducir el Señor en este momento de la historia. Es indiscutible que la Iglesia ha buscado, con una fuerza argumentativa y propositiva más o menos exitosa, una comprensión teológica y antropológica de la sexualidad humana. Sin embargo, estamos llamados a identificar nuevos caminos y nuevas metodologías pastorales para delinear un marco renovado de la propuesta evangélica. La espiritualidad cristiana hoy, haciendo un uso oportuno y fecundo de las ciencias humanas y teológicas, nos invita a «sacar del pozo inagotable» del mundo afectivo en el que nos guían palabras y actitudes como atención, cercanía, acompañamiento, estímulo al crecimiento, positividad y respeto a la conciencia. Una nueva etapa ha comenzado, ciertamente, con ese acontecimiento de diálogo y ejemplo privilegiado de sinodalidad que es la exhortación apostólica Amoris laetitia, fruto de un largo y articulado camino de la Iglesia, en el que se da la novedad de una descripción positiva del amor que supera ampliamente una visión contaminada de perspectivas distorsionadas.
Educar en la afectividad, por tanto, es hoy una oportunidad para escuchar y acoger inquietudes, dudas y búsquedas en una perspectiva integrada; manejar claves interpretativas actuales para ayudar a los jóvenes a comprender las razones profundas del corazón, del cuerpo y del amor a través del testimonio y la reflexión. La afectividad, la sexualidad y los cambios del cuerpo y de la mente forman parte de la vida humana, y el hecho de que los jóvenes no hagan preguntas no significa que no tengan un mar de inquietudes. El papel del adulto es, pues, comunicar las conexiones positivas de la afectividad y la sexualidad.
El libro Una pastoral juvenil que educa a amar es fruto de un proceso de discernimiento de dos años sobre estas cuestiones y lleva la impronta de los diferentes contextos culturales de la Congregación Salesiana. Una lectura de la situación actual muestra cómo el sexo es principalmente cosificado, expresado y exhibido en formas que lo comercializan, obstaculizando el desarrollo de relaciones auténticas. Son los propios jóvenes quienes perciben esta cosificación y distorsión y quienes sienten la necesidad de contar con guías competentes y confiables que sepan transmitir el verdadero valor de la sexualidad y la afectividad. Esta es una responsabilidad para los educadores, porque las nuevas generaciones corren el riesgo de tener que recurrir a “otras fuentes” ante la falta de una reflexión profunda y ponderada sobre estas cuestiones. Por estas razones, fue necesario sistematizar conceptos y actitudes relacionados con la educación afectiva y sexual.
Esta atención es esencial para desarrollar una actitud de aceptación de todas las fragilidades humanas, no negándolas, sino reconociéndolas, abrazándolas y transformándolas. Se inspira en el gran ejemplo de Jesús, quien, en algunos episodios evangélicos, creó lugares concretos de acogida, haciendo hincapié en la compasión y la aceptación para detenerse después en el camino de la Iglesia.
Después de presentar una serie de reflexiones prácticas sobre los ámbitos a explorar para el crecimiento personal de los educadores, con el fin de ofrecer una formación más específica a todos aquellos que, en diversas capacidades, están implicados en la relación educativa y desean adquirir una mayor competencia, hemos propuesto, desde una perspectiva salesiana, diez criterios educativos: acompañar la construcción de la identidad; acompañar la conciencia y las decisiones; educar para el autodominio; educar para los afectos: las virtudes del corazón; educar para la vida comunitaria; educar para la conciencia del límite; educar para la conciencia del poder del continente digital; acompañar la singularidad, no viéndola como motivo de exclusión; una ética básica de las relaciones afectivas; y cuidar dos ámbitos de impacto educativo: la familia y los pares.
El siguiente paso fue profundizar en los criterios educativos a través de itinerarios didácticos. Partiendo de la observación, estos itinerarios permiten entrenar determinadas habilidades y capacidades personales relacionales (comunicación eficaz; habilidades de relación interpersonal; empatía; autoconciencia); emocionales (gestión de las emociones y del estrés); y cognitivas (habilidades de resolución de problemas, toma de decisiones, pensamiento crítico, pensamiento creativo y reflexión). Es importante ayudar a los jóvenes a fomentar capacidades reflexivas sobre sus propios estados afectivos y sobre las pautas de relación entre iguales y con los adultos, aumentando en ellos la conciencia de la sexualidad como dimensión global de la persona en sus diversos aspectos: biológico-reproductivo, psicoafectivo y socio-relacional, y proporcionándoles la información correcta sobre cuestiones relacionadas con su periodo de crecimiento.
Por itinerario educativo, entendemos un camino de acción pedagógica, un procedimiento estructurado y metodológico que crea experiencias de aprendizaje significativas que implican activamente a las personas, permitiéndoles reforzar o adquirir nuevas competencias (relacionales, emocionales, cognitivas) de forma práctica y aplicable en la vida cotidiana. Los participantes no son vistos como receptores pasivos, sino como sujetos capaces de controlar y planificar su propio aprendizaje.
En concreto, se trata de diez unidades para diez criterios educativos que contienen orientaciones para educadores y fichas de trabajo para niños y jóvenes que exploran los temas a través de: vídeos, cortometrajes, canciones, meditaciones, técnicas, tests o cuestionarios, frases-estímulo, poemas, cuentos o diarios.
Acompañar a los jóvenes, con una adecuada preparación y concienciación por parte del educador, les ayuda a sentirse seguros en un momento histórico en el que hay tanta fragilidad y desorientación. El ser humano necesita sentirse «seguro» antes de sentirse vulnerable. La vulnerabilidad es la cuna del amor, la pertenencia, la alegría, el coraje, la empatía, la responsabilidad y la autenticidad; es sentirse frágil y ‘abrirse’ a la posibilidad del crecimiento y la aceptación. Y es a partir de aquí donde comienza nuestra responsabilidad, siendo testigos significativos de experiencias de amor, acogiendo y acompañando al joven con respeto y aceptación incondicional.
El desafío educativo salesiano sigue siendo el de mantener y actuar según esta visión holística, que valora a la persona en su totalidad. La clave educativo-pastoral tiene en cuenta todas las dimensiones de la persona, favorece el descubrimiento de las potencialidades de cada uno y acompaña su desarrollo.
En el marco de los modelos de educación sexual, se debería elegir un modelo biográfico y ético con las siguientes características:
- Una visión positiva basada en todas las posibilidades de la sexualidad, fundamentada en el conocimiento científico.
- Una visión realista que reconozca la existencia de riesgos y problemas asociados a la sexualidad, como abusos, violaciones, prácticas inseguras, embarazos no deseados, violencia sexual, etc.
- Una visión afectiva, ya que los afectos nos impulsan a los encuentros sexuales y amorosos, y los de carácter social (apego, amistad, cariño y empatía-altruismo) nos permiten sentirnos seguros y devolver amor y cariño.
- Una visión ética, para vivir adecuadamente en una sociedad plural y diversa.
- Una visión cristiana, para promover el amor como lo concibe el corazón de Dios, que es oblativo, generoso y constante.