Mis scouters siempre nos contaban una historia, y cuanto más pasaban los años, más sentido tenía. La historia hablaba de los indios Suwamish. En 1854 recibieron una oferta de compra de su territorio por parte del presidente de Estados Unidos. El jefe indio Seattle respondió con una carta en la que una de las cosas que transmitió y que más me ha marcado decía:
«¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea es extraña para mi pueblo. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada brillante espina de pino, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto, es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente.»
Las mil estrellas del cielo han sido mi techo y el de mi familia scout cinco acampadas al año y vuelta a empezar cada ronda solar. Así llamamos a nuestro año y nos ayuda en la organización y planificación de cada acción que hacemos. Es solo un indicador más de que nuestra relación con la naturaleza va más allá de un simple paseo por la montaña. “Deja las cosas mejor de como las encuentras”. Somos muchas personas las que hemos crecido con esta frase como mantra. Así entendemos la convivencia, desde el respeto y el cuidado de nuestro entorno.
La naturaleza siempre será hogar para las que recorremos kilómetros por la montaña durante días decidiendo, en familia, cuál será el mejor lugar para dormir y qué invento construimos con lo poco que tenemos en la mochila para despertarnos si los animales se acercan. Comprendemos que en plena naturaleza no somos los únicos seres vivos que andamos por allí. Aprendemos a convivir y a respetar los espacios que habitamos nosotras, los animales y las plantas. Aprendemos a ser curiosas, a observar el cambio de la flora en cada estación y cómo podemos adaptarnos a ello. Aprendemos qué frutos comen los animales de la zona, y también qué frutos podemos probar nosotras, a veces con miedo de intoxicación, no lo negaré. Aprendemos dónde pisar entre piedras y rocas, y lo más importante, dónde no pisar. Aprendemos dónde es necesario quitarnos la mochila y que una compañera o un compañero nos eche un cable para seguir caminando y llegar a nuestro destino. Nuestro lema “siempre listos” nos insta a estar atentas a lo que pasa a nuestro alrededor y reaccionar.
Después de tantos años cerca del entorno natural, podemos observar que muchas cosas están cambiando. Las estaciones ya no tienen el clima al que estábamos acostumbradas y los frutos no nos atrevemos a probarlos porque, según la zona, pueden estar llenos de gases y productos tóxicos derivados de la contaminación, como pasa con los árboles urbanos.
No entiendo el mundo sin naturaleza, de la misma forma que no lo entiendo sin las personas que me acompañan en el camino. Un camino que se va transformando a medida que el cambio climático avanza. Inevitablemente, y aunque nuestra conciencia social sea muy grande, es imposible ser totalmente coherente en nuestros actos diarios. Existe una corresponsabilidad que nos implica directamente en este cambio climático. No ocurre porque unas cuantas personas no reciclen, eso ya lo sabemos. Todo lo que hacemos en nuestro día a día tiene consecuencias y muchas de las medidas que ahora se están tomando ya eran costumbres en un espacio scout, pero otras no, y por supuesto, nos reinventamos cada día para ser parte de la transformación social hacia un mundo mejor.
Lo que más admiro de este movimiento juvenil es que nos preocupa la sociedad en general, y si podemos mejorarla, vamos a encontrar la manera juntas. Los valores que se transmiten son un medio que nos hace crecer como personas para ser ciudadanas comprometidas con nuestro entorno. ¿Somos las personas que vivimos el escultismo privilegiadas? Yo digo sí. Y lo mejor de todo es que es un privilegio al alcance de todas las que quieran formar parte de una familia scout. Desde bien pequeñas sabemos que la diversidad nos enriquece.
El escultismo nos permite cuestionar la cantidad de información que recibimos a diario, no solo desde espacios de reflexión y diálogo, sino también desde un aprendizaje significativo. Sentir cerca de mi vida la naturaleza, ya que forma parte de mis días querer irme de acampada como un plan increíble de fin de semana, hace que me replantee la información que me llega sobre ella, que me interese por los cambios y que quiera saber cuál es mi posición en el mundo respecto a lo que ocurre en el. Y por supuesto, elijo cuidar la pachamama y decido hacerlo acompañada, porque ser scout me ha enseñado a transmitir la importancia de ser equipo y lo bonito de hacer algo grande en comunidad.
«La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra.» Jefe Seattle
Laura López Gea