Francisco, una nueva mirada a la doctrina social de la Iglesia
La doctrina social de la Iglesia, como no puede ser de otra manera, hunde sus raíces en el mismo evangelio de Jesucristo, su anuncio del Reino, la derogación de toda injusticia y la superación de las situaciones que menoscaban la dignidad de las personas. En la propuesta de Jesús, sus palabras y sus obras, encontramos signos de sanación y liberación que nos hablan de un mundo nuevo en el que habiten la justicia y la paz; una realidad en la que, hijos de un mismo Padre, todos seamos hermanos y nadie esté condenado a comer las migajas que caen de la mesa de los poderosos.
No se trata solo de una visión utópica de la historia, sino de la praxis de aquellos que en el nombre del Resucitado seguimos poniendo fuego en la entraña de la tierra, convencidos de que el proyecto de Dios sobre la humanidad es el de un mundo diferente con más oportunidades para todos y que se acerque más a lo Él que ha querido siempre para sus hijos: hombres y mujeres felices con una vida digna, en armonía con él, con los demás y con la creación. Nos topamos, sin embargo, con la realidad del pecado que oscurece nuestra vida y pone sombras de muerte en nuestro mundo. Jesús nos asegura que el mal no vencerá y que, algún día, las promesas de Dios serán definitivamente realidad más allá de la historia que protagonizamos.
La reflexión de la Iglesia, a lo largo del tiempo, ha ido explicitando el mensaje y la praxis de Jesús comprometiendo a los cristianos de todos los tiempos a trabajar por sanar y liberar, construir la paz y luchar por la justicia. Fieles a la revelación en Cristo, atentos a la Tradición de la Iglesia, el magisterio reciente nos ofrece algunos estímulos inspiradores para continuar trabajando, en el hoy de nuestra historia, por la vida digna de las personas, los derechos de los más vulnerables, la justicia y la paz.
Francisco está impulsando un nuevo modo de ser Iglesia y de estar en el mundo, en línea con la mejor doctrina social de nuestra historia. Considero que estamos ante un Papa extraordinariamente sensible a la realidad social y convencido de la necesidad de abrir la Iglesia al mundo en marcada sintonía con el Concilio Vaticano II. Pienso, y su magisterio y sus gestos así lo indican, que está convencido de que es el momento propicio para reformas a fondo. Y lo está intentado.
Se trata, sobre todo, de sanar y no de condenar. Francisco insiste en comprender y abrazar en lugar de ignorar y apartar. La Iglesia es hoy, dice el Papa, un hospital de campaña donde lo urgente es sanar heridos con el aceite de la misericordia y vendar heridas con la ternura y la acogida. Se trata de estar en medio del mundo compartiendo el dolor y la esperanza de las personas. Como Jesús de Nazaret, y en su nombre, salir al encuentro de quienes ven pisoteados sus derechos, vulnerada su dignidad o coartada, por cualquier motivo su libertad. Ser una palabra pronunciada de parte de Dios que sana y cicatriza heridas; un gesto liberador que desencadene opresiones y abra espacios a la justicia y a la solidaridad. El Santo Padre nos está ayudando a comprender que hay otro modo de ser Iglesia en medio del mundo y que nada hay en el corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo que sea ajeno a los discípulos de Cristo (Cfr. GS 1).
En efecto, tanto la exhortación apostólica Evangelii gaudium, como las encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti apuntan en la misma dirección: una Iglesia que no tenga miedo a salir al encuentro de las personas: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (EG 49); que conjuga el verbo cuidar, expresándolo con las metáforas del hospital de campaña y de la casa común:
Lugares paradigmáticos donde se configura y desarrolla el hábito del cuidado. Un hábito que, para Francisco, puede transformar nuestras relaciones y el lugar que habitamos haciéndolo más humano, más justo, más habitable, más cercano al sueño de Dios. J. TATAY NIETO, La casa común y el hospital de campaña: el sueño de Francisco para el mundo y la Iglesia, en Sal Terrae 111 (2023) 132-133.
Una presencia de la Iglesia en el mundo cuya identidad, en contextos de pluralidad y secularismo, evite el centrarse sobre sí misma (cf. EG 94-97), para abrir puertas y ventanas tendiendo la mano a las personas heridas y vulnerables de todas las periferias existenciales. Francisco plantea una nueva teología pública, una palabra creíble de la Iglesia en la sociedad plural, en la que la presencia eclesial esté marcada por la ética del cuidado y el compromiso socio-político y transformador que bebe de la misma raíz evangélica, así como el propio Jesús nos ha propuesto. Un nuevo rostro de Iglesia, en fin, parte de la familia universal que dialoga y contribuye al bien común, buscando la amistad social y la fraternidad universal.
La situación de pandemia y de crisis mundial en estos años han puesto, de forma más acuciante si cabe, la necesidad de situarnos mejor como ciudadanos y como creyentes en medio de un mundo en cambio. Hay que apelar a la conciencia libre de las personas, a una cierta ética de la responsabilidad y del cuidado del otro, a una nueva globalización en la que la riqueza sea mejor distribuida en nombre de la justicia, a una nueva gobernanza mundial que posibilite un liderazgo con auctoritas en el que las personas y el respeto a la vida sean el centro de la acción política y social. Para Francisco.
La crisis es una señal de alarma, que nos hace considerar con detenimiento dónde se hallan las raíces más hondas que nos sostienen en medio de la tormenta (…) nos ha mostrado que, especialmente en situaciones de emergencia, dependemos de la solidaridad de los otros; y nos invita a poner nuestra vida al servicio de los demás de un modo nuevo. Debe concienciarnos de la injusticia global y despertarnos para escuchar el clamor de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo. FRANCISCO, Prólogo, en W. KASPER (ed.), Dios en la pandemia, Sal Terrae, Madiaño (Cantabria) 2020, 10.
Para el Pontífice, la compasión y la misericordia son otros nombres de la justicia y la solidaridad. Hoy como ayer, siguen siendo los nuevos (y tan antiguos) senderos por las que transitar, sin rodeos, hacia la transformación del corazón de un mundo en el que todos puedan sentarse a la mesa sin ser excluidos.
Los cristianos en este siglo XXI, en la Europa plural y libre que habitamos, estamos llamados a ser, en palabras de Benedicto XVI, una minoría. Pero una minoría creativa con capacidad de aportar positivamente, junto a tantos hombres y mujeres de bien, a que este mundo se parezca más al proyecto de Jesús de Nazaret; donde todos tengan más oportunidades y nadie se sienta abandonado en el margen, donde no se pisotee la dignidad de las personas y se respete el derecho de todos a vivir como seres humanos, en paz y en libertad.
Esto es lo que somos. Esto es lo que estamos llamados a ser. Este es el nuevo rostro de Iglesia que los últimos Pontífices nos están invitando a perfilar con un nuevo impulso a la doctrina social. El cambio está en marcha. Es una revolución pacífica y serena que sabe de primavera duradera, sin rupturas ni condenas, con la libertad del viento del Espíritu que conduce a otras orillas y hace nuevas todas las cosas.