El laberinto de las adicciones sin sustancia

7 de agosto de 2023
  Bruno Cortés Sánchez Psicólogo colegiado, magíster en Psicofarmacología y Drogas de Abuso por la UCM, presidente de AMETAC y cofundador de IPIC Como todos los que nacimos en los 80 o más adelante, cuando escuchamos cosas como adicción, drogas o yonkis, lo vemos con un halo de batallitas de los ancianos, como si fuese […]

 

Bruno Cortés Sánchez Psicólogo colegiado, magíster en Psicofarmacología y Drogas de Abuso por la UCM, presidente de AMETAC y cofundador de IPIC

Como todos los que nacimos en los 80 o más adelante, cuando escuchamos cosas como adicción, drogas o yonkis, lo vemos con un halo de batallitas de los ancianos, como si fuese algo de un tiempo lejano y que poco o nada tiene que ver con nuestras vidas. Y eso, pese a que muchos de nuestros padres o abuelos vivieron de cerca una de las epidemias más brutales de nuestra historia reciente, como fue la de la heroína en los 80. Somos además, generaciones inmersas en lo digital, en la mentalidad del carpe diem, de lo inmediato y el pelotazo… un caldo de cultivo perfecto para que las adicciones campen a sus anchas de nuevo.

Como nos ocurrió a unos tantos en mi generación, y a muchos más entre los jóvenes de hoy en día, los videojuegos abrieron una puerta al mundo, nuevos amigos, nuevas formas de socializar y una forma de ocio alternativo. Fue ahí, entre interminables tardes y noches jugando online, donde descubrí un secreto a voces. Muchos de ellos valoraban este espacio igual o más que sus vidas fuera de la pantalla, huían de una realidad en la que las crisis, la precariedad y la incertidumbre les golpeaban con fuerza. En algunos casos el abandono de estudios o los cambios continuados de trabajo eran vistos como problemas menores de una vida insatisfactoria frente a la diversión de alcanzar rankings competitivos o la pasión al streamear partidas. Esto me llevó a enfocar mis esfuerzos hacia las adicciones sin sustancia.

Llegado a este punto hice mis prácticas del máster de adicciones en una asociación que trabajaba la ludopatía y descubrí una realidad mucho más complicada que en el mundo de los videojuegos. La adicción al juego tiene enormes similitudes con las drogodependencias, a nivel familiar es tanto o más destructivo que las adicciones a sustancias, dejando deudas astronómicas en casa, produciendo conflictos irreconciliables y multitud de separaciones. A nivel personal vemos un aislamiento progresivo, impulsividad y en muchos casos un aumento de la agresividad, además la ciencia nos dice que los cambios que se efectúan en el cerebro entre las personas que juegan, a penas se diferencian de los cambios que se producen en los consumidores de cocaína o heroína, pero el deterioro físico no se percibe y en ocasiones la adicción tarda años en descubrirse.

Hago mención a mi generación y las que siguen, porque si bien es cierto que la adicción al juego ha existido desde hace milenios, el perfil de jugadores ha cambiado drásticamente. Antes eran hombres y mujeres que jugaban a máquinas tragaperras y bingo de manera presencial, con años de evolución del problema de juego y en consecuencia con edades más avanzadas. Hoy en día esto no es así, el antiguo perfil sigue existiendo, pero el perfil más frecuente que encontramos en asociaciones y clínicas es el de jóvenes que juegan a apuestas deportivas, ruleta o póker, ya sea en formato presencial o también online, y que desde el inicio de juego al desarrollo del problema pasan meses o pocos años.

Con unos videojuegos cada vez más competitivos, con estrategias de marketing más agresivas, con lootboxes y microtransacciones, el juego de azar se abre puertas entre los gamers y junto a las redes sociales y la exposición permanente a modelos de “éxito por pelotazo o tendencia”, se crea un laberinto digital de compras, clasificaciones, seguidores y apuestas… Inmediatez, intensidad e influencia en un mundo digital dominado por el sueño de hacerse rico o famoso con un chasquido de dedos. Esto lo vemos con frecuencia en los talleres de prevención que realizamos en colegios e institutos y mientras el juego ralentiza su ascenso o incluso disminuye entre los adultos, entre los menores de 35 sigue en ascenso.

Mi experiencia con adictos a estas conductas me ha enseñado que nos queda mucho camino por recorrer en cuanto a concienciación sobre el problema, todavía se habla de vicio o se les señala como irresponsables, como si la ausencia de una sustancia adictiva fuese explicación suficiente. Esta visión de los adictos, junto a la omnipresencia del juego en bares, en el gordo de navidad, en el sorteo de tu influencer de moda o en el rasca del super, hacen de este un tratamiento difícil y con unas estrictas pautas que les resulta muy complicado aceptar y mantener. Es por esta razón que buena parte de los técnicos que trabajamos en adiciones hacemos parte de nuestra labor en la prevención, ya que son formas de ocio imprescindibles para los jóvenes y que hoy en día no tiene sentido demonizar. Tenemos que concienciar y recordarles que no siempre hay que mirar a “cuanto” usan, juegan o gastan si no “cómo”, y que sí necesitan ayuda, que aprendan a pedirla antes de que sea un problema que les acompañe buena parte de sus vidas.

La antiguamente llamada ludopatía, adicción a videojuegos y otras como compras compulsivas, abuso de redes sociales, consumo de pornografía… son por su cercanía, su omnipresencia en el mundo digital y sus características, parte de un laberinto en el que entran buena parte de nuestros jóvenes y del que, o bien tardan en salir o no lo hacen sin ayuda. Por eso junto a otras cinco maravillosas psicólogas hemos fundado AMETAC, una asociación con la que queremos dar respuesta a una demanda creciente tanto desde la prevención como desde la intervención.

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