Esther Mulió – Redacción revista En la Calle
España está dando una respuesta sin precedentes al éxodo ucraniano que a finales de marzo comenzó a llegar a países europeos. Son decenas las entidades sociales las que se han implicado a fondo con la causa. Despliegue de recursos de acogida autonómicos, estatales, trámites exprés, centros de recepción, teléfonos de información, nueva contratación de personal. Sin duda, un trabajo humanitario, profesional y muchas veces vocacional – y necesario– con aquellas personas que viven una situación extrema de vulnerabilidad y peligro de muerte.
A la vista está que las comunicaciones en prensa, televisión y redes sociales han generado una opinión pública humana y positiva de cara a prestar ayuda en la situación de guerra que está sufriendo la población ucraniana. No se ha puesto en entredicho los esfuerzos económicos y ayudas que los países europeos, entre ellos España, han realizado y seguirán realizando por y para las víctimas de este conflicto bélico.
Pero, llegado el momento y echando la vista hacia atrás, es hora de preguntarnos lo siguiente: ¿recordamos cuál era la posición de la opinión pública y políticas de asilo internacional durante el auge del conflicto sirio?
En 2015, miles y miles de personas sirias huían de la situación de su país, llamaban a las fronteras de los estados miembros de la Unión Europea. Ante esta situación y con el objetivo de disminuir el avance migratorio de Turquía a Grecia y después hacia el resto de Europa, la UE firmó un tratado con Turquía, en el cual se pactaba devolver a las personas refugiadas llegadas en Grecia a Turquía, y sería en este país donde se decidiría su destino, y si se aceptaba o no a trámite su petición de asilo. A cambio, los ciudadanos turcos tendrían acceso a visas gratuitas dentro del espacio Schengen.25, o lo que es lo mismo; cruzar las fronteras internas sin necesidad de realizar formalidades complementarias de antemano. Cuanto menos, curioso. ¿No crees?
Nuevos discursos y narrativas migratorias
En el año 2015 en pleno éxodo sirio, Yolanda Onghena, investigadora del Barcelona Centre for International Affairs, en su estudio “¿Migrantes o refugiados?” hacía un análisis sobre cómo, cuando aparece un problema ‘nuevo’, surge también la necesidad de desarrollar una retórica que permita hablar del problema y situar su ‘novedad’.
Tomando como referencia el estudio que realiza:
El periodista, Barry Malone del canal catarí Al Jazeera, dejó de utilizar la palabra migrante para definir a las personas que se juegan la vida en el Mediterráneo. Desde ese momento ha surgido un debate semántico y político sobre qué palabra sería la más adecuada para nombrar a los cientos de miles de personas que huyen de sus países. Para la redacción de Al Jazeera no hay crisis migratoria en el Mediterráneo; hay un número muy grande de refugiados huyendo de la guerra en sus países y un número de personas más reducido que escapa de la pobreza. No es una crisis migratoria porque la mayoría de ellos son refugiados que huyen de conflictos armados, guerras civiles y persecución en Siria, Afganistán, Irak, Eritrea o Somalia, entre otros países. Más correcto sería hablar de movimientos migratorios, aunque este concepto pone el acento en lo territorial del movimiento y lo deja como un acto voluntario, sin más. Para unos el concepto de “migrante” ya no es válido para describir lo que está pasando porque se ha convertido en un concepto que deshumaniza y generaliza.
Para otros, llamar refugiados a todos los migrantes que buscan el camino hacia Europa tampoco sería correcto, por más que compartan itinerarios y mafias, y arriesguen sus vidas en busca de una vida mejor o de sociedades con un mayor nivel de seguridad.
Estas dos ambigüedades lingüísticas son solo un ejemplo, en los que la identificación con las víctimas y el poder de empatizar, definen el utilizar un término u otro. Situación que nos plantea la clara necesidad de un cambio en la narrativa que cuenta los diferentes tipos de movimientos de personas a lo largo de la historia y con muchos motivos diferentes en cada caso.
Cuando realmente se quiere
La implicación de la sociedad, opinión pública y recursos institucionales para la acogida de asilo de las víctimas del conflicto en Ucrania nos plantea varias cuestiones, pero sobre todo clarifica una premisa inminente: cuando existe buena voluntad se puede conseguir. La ayuda y apoyo ha demostrado que acoger no es más que una elección que depende de la voluntad de las personas e instituciones. Más que nunca la frase “querer es poder” cobra su total significado.
Esta vez sí hemos elegido agilizar los procesos burocráticos de las solicitudes de asilo; sí hemos querido empatizar con la situación de millones de personas pensando que “podríamos ser nosotras las que mañana debamos abandonar nuestro país”. Cuántas buenas acciones y en qué poco tiempo se han llevado adelante. Prácticamente la sociedad al completo ha escogido acoger, abrazar y apoyar a las víctimas y han sido pocas las voces que se han posicionado en contra de su asilo político, si lo comparamos con otras realidades.
Entender la situación de estas personas, ponerse en sus zapatos y dotar a las instituciones pertinentes de los recursos necesarios para hacer posible este proceso de acogida es, sin duda, lo que nos hace avanzar como sociedad comprometida y justa. Pero quizá, nos hemos olvidado de una palabra clave en todo este asunto: siempre.
Podemos seguir mencionando otros lugares de nuestro mundo donde existen más conflictos: Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur o Myanmar… Países donde guerras –o graves conflictos socio-políticos–, generan un éxodo de la población en búsqueda de nuevas oportunidades y derechos y, en muchos casos, de la sola oportunidad de seguir con vida.
Elegir la acogida, la solidaridad y el abrazo a personas en situaciones de vulnerabilidad no puede convertirse en una elección que varíe según convenga, según el nivel de identificación que se consiga producir en la opinión pública, o según el nivel emocional que nos provoque. La solidaridad y fraternidad debe anteponerse a cualquier origen o ideología.
Cualquier persona refugiada, independientemente de su país de procedencia comparte una única y misma situación. Huyen de conflictos armados, violencia o persecución y se ven por ello obligadas a cruzar la frontera de su país para buscar seguridad. Para una persona refugiada, es imposible volver a su lugar de origen y negarles el asilo puede traerles consecuencias mortales.
Si hemos conseguido entender el drama de las víctimas de la invasión de Ucrania, debemos de poder entender que, personas de cualquier otra nacionalidad, necesiten que se les dote de ese mismo derecho al tramitar el asilo político en otro país; con la misma rapidez y recursos.
Por ello, desde las Plataformas Sociales Salesianas lanzamos en el mes de junio, con motivo del día mundial de las personas refugiadas, la campaña “Elegimos acoger siempre”. Con ella pretendemos hacer ver cómo, a lo largo de los años, se han vivido miles de crisis de refugiados de todas las partes del mundo que, a día de hoy, siguen siendo motivo de vidas rotas y huidas masivas hacia otros países en busca de asilo.
Acoger en clave de proyecto de vida
Cuando hablamos de acoger en materia de protección internacional, no solo debemos hacerlo desde el punto de vista de la manutención, sanidad y un lugar donde dormir y asearse. Entran en juego otras muchas variables, que dotan de dignidad a esa nueva vida que la persona va a tener que forjar en un nuevo país: educación, idioma, apoyo, seguimiento personal, soporte psicológico para amoldarse a ese nuevo proyecto de vida, inclusión en una nueva cultura… Un sinfín de pequeños brazos, que conforman el gran abrazo que debe ser acoger en clave de proyecto de vida.
Se trata de poner en el centro a la persona, sus necesidades, inquietudes, capacidades y miedos en esta nueva etapa de su vida, y siempre, respetando los ritmos de cada individuo. Necesitan volver a sentir que su vida les pertenece y que son los protagonistas de sus decisiones.
Más allá de la resolución de jurídica como solicitante de asilo, y finalmente refugiado, debemos aunar esfuerzos para devolverles la dignidad y la capacidad de crear una red de apoyo en la que se sientan personas empoderadas, con estímulos que les animen a reconstruir sus vidas.