Desde la calle, ¡gracias!

12 de enero de 2022
Un homenaje a todas esas técnicas y técnicos que trabajan en las entidades, que acompañan a tantas personas.

Ágata García Fernández. Educadora Social.

Nunca está de más rendir homenaje a todas esas técnicas y técnicos que trabajan en las entidades, que acompañan a tantas y tantas personas sin pensar en la influencia que pueden tener en sus vidas y en lo que su apoyo supone para todas ellas. Por eso, en este número tan especial, la voz viene más que nunca desde la calle. La voz de todas las personas que han pasado por cada una de las Fundaciones y Asociaciones de la Coordinadora en palabras de cuatro mujeres. Ellas han querido compartir su experiencia y agradecer a las personas que han estado a su lado y cómo les han ayudado a cambiar su vida.

Andrea Saavedra, Asociación Valponasca

«Empecé a participar en la Asociación Valponasca en primero de la ESO por derivación de mi tutora, ya que me costaba mucho estudiar y no me gustaba nada, por la simple razón de que no tenía ni ganas ni motivación interna ni externa… Entonces llegaron a un acuerdo mi madre, mi tutora y las educadoras para que yo entrara. Yo no estaba nada de acuerdo y lo pasé muy mal cuando me comentaron que iba a estar más horas estudiando y con gente que no conocía.

Para mí ha sido un éxito formar parte de este proyecto ya que me demostraron confianza y que yo sí podía como los demás, que no era menos.

Valponasca ha trabajado conmigo mucho para llegar donde estoy, me ha ayudado a encontrar la confianza que me faltaba, la motivación que no tenía y sobre todo las ganas de ser alguien en un futuro, tanto en los estudios como personalmente. Siempre lo diré, que gracias a este proyecto he llegado donde he llegado.

A nivel personal me llevo el aprendizaje de resolución de conflictos, hablar las cosas, no dejar pasar los problemas, cogerlos y afrontarlos y lo más bonito de la experiencia: que cuando he tenido problemas nunca me he sentido sola, siempre estaba Valponasca para resguardarme.

En lo académico pasé de no querer estudiar a todo lo contrario, busqué mi sitio y recordé gracias a ellas que sí podía estudiar, que no siempre tenía que suspender, que con esfuerzo se consigue.

Recuerdo con especial cariño a las primeras educadoras, Mónica que es la coordinadora y las dos educadoras Ana e Inma. También mi primer campamento que fue cuando creé vínculos más fuertes con las monitoras y todo lo que me aportaron y me han ayudado, les tengo mucho cariño.

A aquellas personas que no se atreven a participar en estos proyectos les diría que se dieran la oportunidad a ellos mismos y a las personas que trabajan en ellos, porque cuando pones de tu parte para seguir hacia delante en un futuro lo agradeces.

Me gustaría dar las gracias a las educadoras por acompañarme en todo, porque cuando se tiene dedicación es súper bonito el ver como se crece todos juntos. Yo crecí muchísimo, pasé de ser una niña para poco a poco ver cómo me planteaba cosas que no me había planteado, y yo vi que ellas siempre estaban confiando y me gustaría agradecérselo.

También la confianza de Mónica que fue de: PUEDES y cuando apruebas con un 5 o un 6 te choco lo mano y por ahora no te voy a pedir más, cómo fue transmitiendo la motivación poco a poco.»

Yolanda, Fundación Don Bosco

«Mi nombre es Yolanda, tengo 32 años y tres hijos de 10, 4 años y 9 meses. El pequeño tiene una discapacidad y depende de mí. Conocí la Fundación Don Bosco y la verdad, nunca se me olvidará el primer contacto. Lo primero que me ofrecieron fue obtener el graduado. Me hizo una ilusión muy grande ya que en el pasado tuve que abandonar los estudios para ponerme a trabajar y ayudar en casa. Por eso me hizo mucha ilusión y la Fundación Don Bosco me ha apoyado mucho.

Gracias a esta oportunidad y con mucho esfuerzo, me saqué mi graduado y pude hacer varios cursos a través de la Fundación. Estas formaciones te permiten abrir otros caminos y oportunidades.

Independientemente de la ayuda que te prestan para la búsqueda de empleo, he conocido muchas personas a través de los talleres. Esos ratitos valían oro para mí, porque pese a mi situación familiar, yo iba a la Fundación Don Bosco y realizaba esos talleres y llegaba nueva a casa, me servían para desconectar y tener un momento solo era para mí.

Con mucho esfuerzo, y pese a los obstáculos que podamos tener en nuestro camino, todo se puede. No me rindo para nada.

He recibido mucho apoyo en todos los sentidos, te ayudan a buscar empleo, el grupo de cocina comunitaria – una ayuda muy grande para casa- y se han preocupado muchísimo por mí y mis peques. Ese apoyo emocional que te brindan, sin pedir nada a cambio, es muy importante. Son personas que se han convertido en mi familia.

En la Fundación me he sentido valorada. No quiere decir que no me valoren en mi vida, sino que a través de algunos talleres he aprendido a valorarme. Me he sentido querida. Ha sido como una familia y no podré olvidar mi paso por Don Bosco.»

Fátima, FISAT.

«Formar parte de FISAT ha supuesto un gran cambio en mi vida, he recibido un gran apoyo por parte de los educadores y jóvenes con los que he convivido. De mi experiencia me llevo a grandes personas que a día de hoy sigo teniendo el apoyo de ellos. Quiero agradecer que me hayan dado la oportunidad de poder participar en este proyecto y que hayan confiado en mí, darles las gracias por el apoyo que me han dado.»

Andrea Moreno, Fundación María Auxiliadora

«Mis inicios en el Centro Laura Vicuña se remontan a cuando tenía 12 años; una amiga de la familia que pertenece a la familia salesiana de Torrent nos comentó del recurso que había en el barrio y mi madre decidió apuntarme para poder tener una alternativa de ocio y tiempo libre durante el verano y poder ocupar mi tiempo mientras ella trabajaba. Esto se prolongó en el tiempo y cada año durante el curso escolar continuaba en las actividades del centro todas las tardes de 5 a 8 realizando refuerzo educativo y diferentes actividades.

El centro para mí era un lugar muy importante, ese lugar donde podía ser yo más que nunca; no compartía ese lugar con los compañeros de instituto ni con los amigos de fuera, así que lo que pasaba en el centro se quedaba en el centro; tenía esa peculiaridad que lo hacía tan especial. Cuando empecé a ser más mayor —adolescente— mis amigos de fuera no entendían porque continuaba asistiendo todas las tardes, pero el centro tiene algo que te engancha; por aquel entonces habíamos creado un grupo de teatro y ensayábamos todos los viernes. Las salesianas me hicieron muy participe de todo y te sientes como en casa.

A nivel académico en primero de bachiller empecé a tener muchas dudas, me encaminé a estudiar alguna carrera técnica, pero estaba un poco perdida y empecé a saber que eso no era lo mío. Desde el centro me dieron la oportunidad de dinamizar algún grupo de chicos y chicas más pequeños y poder acudir a encuentros y convivencias donde coincidí con otros premonitores de otras casas salesianas. Empecé a darme cuenta de que ahí era donde me sentía realmente cómoda y que ¿por qué no iba a encaminar mis estudios a poder ser la acompañante de otros chicos y chicas que como yo entraban en una casa salesiana? Con la ayuda de los educadores empecé a investigar que tenía que estudiar para poder llegar a ser lo que quería, realicé un ciclo formativo de grado superior de Animación Sociocultural y luego la carrera de educador social. Continuaba vinculada al centro y acudía siempre que podía de voluntaria.

Actualmente soy educadora social de la Fundación —del Centro de Día Laura Vicuña donde entré por primera vez el verano del 2002—, compañera de muchos de los que en su día fueron mis educadores de referencia y que me acompañaron en el proceso que me ha llevado a ser quién soy.»

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