Los que nos movemos por el mundo social en Madrid conocemos bien a Pepa Torres. Religiosa de la congregación Apostólicas del Corazón de Jesús, filóloga, teóloga y educadora social, vive en Madrid, en una comunidad intercongregacional en el multicultural barrio de Lavapiés. Es una mujer comprometida con los derechos de los migrantes en una extensa comunidad de personas de diferentes credos y agnósticos. Es también profesora invitada en el Instituto de Pastoral de Madrid y combina el activismo social y feminista con el acompañamiento a personas y grupos en contextos de exclusión.
Autora de varios artículos y libros, sus líneas de trabajo están relacionadas con la espiritualidad ignaciana con perspectiva de género, el diálogo intercultural e interespiritual, la experiencia de Dios en la periferias y la dimensión místico-política de la fe y la Teología feminista y las luchas migrantes.
Date una vuelta por su blog para conocerla un poco más.
Comencemos por un breve recorrido histórico
Si pienso en un breve recorrido por mi vida tengo que decir que soy hija de la Pastoral Juvenil Social de los años 80, de esa Iglesia de gente que se compromete con los barrios o en los colegios religiosos como es mi caso, el colegio de las Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús donde estudié. Desde las alternativas de ocio, un análisis crítico de la sociedad, la pedagogía de Pablo Freire o el asociacionismo juvenil, fuimos abriendo los ojos a la realidad y desarrollando un descubrimiento del Evangelio muy unido a lo social, a la justicia y a la opción por los pobres. Realmente yo me he construido ahí, en ese despertar a la vida desde una nueva conciencia de lo social desde la fe.
Mi trayectoria empieza con un compromiso con una comunidad de jóvenes en un barrio marginal de Madrid en la época dura de la droga, en los 80. Ahí conocí mucho más a algunas religiosas que fueron importantes en mi vida en lo que es mi iniciación a la fe, que es mi propia congregación. A partir de ahí inicié una experiencia de vida con ellas y decidí formar parte de esta forma de vida que es ser Apostólica al Sagrado Corazón de Jesús.
Estudié filología antes de entrar en la congregación porque siempre me ha apasionado el mundo de la cultura y el derecho a la cultura de la gente más empobrecida. Siempre me ha parecido muy injusta la exclusión de la cultura y de la educación de las gentes más pobres. Marché a Granada a hacer el noviciado y ahí entré de lleno en la educación popular a partir de las mujeres de los barrios y los movimientos vecinales, como consecuencia también de mi fe, de un Jesús enamorado de los barrios obreros y de los jóvenes de los barrios obreros. Durante bastante tiempo estuve también en la JOC, que marcó mi vida, formando parte de los adultos que acompañan a la JOC. Luego di el salto a Albacete dónde viví mucho el compromiso con las mujeres y los jóvenes más excluidos, el tema del mundo de la droga y de las cárceles. Trabajé mucho en aquella época con mujeres presas. Y de ahí el siguiente salto fue a la migración hasta vivir en el lugar donde vivo qué es el el barrio de Lavapiés. En este proceso di un salto del interés por la cultura a la educación popular y a la educación social y posteriormente a la teología y su docencia y divulgación entendiendo que los pobres y las mujeres son un lugar teológico importante.
Háblanos de Lavapiés desde el corazón
Lavapiés es mi lugar de vida desde hace 13 años donde convivo en una comunidad intercongregacional formada por Maite, mi compañera que es Dominica de la Enseñanza, por Carmen que es una laica y por mucha más gente que a veces vive en nuestra casa provisionalmente, sobre todo amigos y amigas migrantes y otra gente que hace experiencia de vida con nosotras también temporalmente.
Lavapiés, para mí, es sobre todo un lugar de amor, de lucha, de diversidad, de coraje y de sentido a la vez que es también un lugar teológico donde si eres creyente es muy difícil no escuchar el clamor de Dios. Por un lado como denuncia pero por otro lado también como anuncio de que vivimos en un mundo donde caben muchos mundos y de qué es posible también tejer comunidades desde la diversidad. Este Lavapiés donde vivo convive con otros Lavapiés como el de la gentrificación o la exotización de la migración, el de los de los bares y las copas y con otros Lavapiés invisibles como el de los manteros y los lateros, que es criminalizado por un lado porque la pobreza y la emigración estigmatiza y por otro lado porque la protesta social y las reivindicaciones en un sistema como el nuestro también se criminalizan.
Lavapiés es silenciado aunque las gentes que vivimos en Lavapiés hacemos todo lo posible para que se nos oiga. Los colectivos migrantes que viven en Lavapiés necesitan micrófonos y medios de comunicación a su servicio porque tienen voz, palabras, propuestas, discursos, gritos,… que no interesa que se conozca porque interesa mantenerles invisibles.
Eres una mujer que ha vivido entre dos siglos, háblanos de los logros y de lo que queda por hacer
Del camino recorrido por las mujeres en la época que nos ha tocado vivir hay muchísimos logros. Recuerdo el primer 8 de marzo del que yo tuve conciencia en mi vida, lo recuerdo porque me pilló una manifestación y yo no sabía ni que era el 8 de marzo ni porque se celebraba. Fue como a los pocos años de morir Franco, tendría
16 o 17 años.
Hoy de alguna manera se ha institucionalizado todo lo que tiene que ver con los logros de las mujeres en los ámbitos educativos y de formación. Aunque al mismo tiempo, las mujeres que somos unas buenísimas estudiantes como señalan los últimos estudios —las mujeres jóvenes sacan mejores notas que los varones—, seguimos sin acceder a los puestos de toma de decisiones. Hay muchísimas más mujeres universitarias pero los rectores y los decanos siguen siendo todavía mayoritariamente masculinos.
Hay muchísimas mujeres investigadoras y sin embargo los que toman las decisiones en esos centros de investigación siguen siendo todavía mayoritariamente masculinos. Queda por hacer muchas cosas, por ejemplo frenar todo lo que tiene que ver con la violencia hacia las mujeres, la violencia sexual, la concepción del cuerpo de las mujeres como un cuerpo a disposición del varón que puede tomar cuando quiera,… Esta herencia patriarcal está todavía muy viva en nuestras sociedades, la reproducción de los roles masculinos y la de los roles femeninos como subalternos.
Por otro lado, no cabe duda que las mujeres hemos sido esa gran reserva de mano de obra para que el cuidado mantenga los sistemas productivos. La revolución del cuidado reivindica que los cuidados tienen que ser ejercidos por hombres y por mujeres. Hay que poner el cuidado en el centro de la sociedad y no pueden depender
de un género. Mientras que los cuidados sigan siendo propios de las mujeres estarán invisibilizados, devaluados y mal pagados. Esa transformación de los roles, esos hombres que cuidan, esas nuevas masculinidades alternativas y esas mujeres también liberadas de la carga, de la culpabilidad y de los estereotipos es algo que todavía sigue pendiente.
En la Iglesia, que es uno de los grandes bastiones del patriarcado, aunque también muchas mujeres se han liberado gracias a la experiencia religiosa y sobre todo espiritual, queda muchísimo por hacer: las mujeres seguimos estando invisibilizadas, se nos niegan algunos ministerios y tenemos una ínfima representación en los lugares donde se toman las decisiones, incluso las que están presentes están sin voz, o con voz pero sin voto… todas esas cosas que desde la Revuelta de Mujeres estamos denunciando. Francisco está apostando por esa igualdad entre hombres y mujeres de alguna manera, pero es tanta la desigualdad y la discriminación que hay, que casi no dejan de ser una anécdota los nombramientos de mujeres en lugares de representación que está haciendo el Papa. Queda mucho por hacer y aquí es importante que se incorporen también los hombres a reivindicar ese feminismo.
Este texto saldrá en el número 50 de la revista. Desde tu visión de teóloga y educadora social háblanos de lo conseguido y de lo que nos queda.
Hemos avanzado mucho en el reconocimiento de la educación social como una disciplina y una profesión. Vengo de una trayectoria donde quienes accedíamos a la educación social, lo hacíamos desde la praxis porque no existía la profesión. Reconocer la educación social como una profesión, una necesidad y un derecho que las personas y los colectivos más empobrecidos y excluidos han de tener, ha sido bastante importante. De alguna manera en las sociedades neoliberales y en este momento de privatización de lo público, la educación social también está bastante en crisis y en unas condiciones también muy poco reconocidas tanto salarialmente como profesionalmente.
La educación social bien vivida, cuando hay educadores sociales en los barrios, la mejora de la calidad de vida de los sectores más empobrecidos avanza muchísimo. Es muy importante reivindicar la presencia de educadores sociales en los barrios y que no se recorte por ahí.
Quizá el mayor logro que destacaría de la intervención social en nuestra sociedad es que ha frenado muchos procesos de exclusión de muchas personas jóvenes. También todo el trabajo que la educación social se ha hecho con las mujeres en situaciones de mayor exclusión o incluso el trabajo también con la ciudadanía desde una conciencia ciudadana más crítica. Falta mucho por hacer, sobre todo en estos momentos donde los presupuestos se recortan en base también a estas figuras, lo que tiene que ver con la educación de calle, con la mediación intercultural,… Creo que en estos momentos de conflicto donde la xenofobia y el racismo amenaza la vida de los barrios, la figura del educador y educadora social y del mediador o mediadora social es fundamental.
Uno lee sobre ti y se ve que una mujer parada no eres… ¿por qué crees que hay tan pocas voces como la tuya? ¿Por qué es tan importante que las mujeres se unan para visibilizar sus reivindicaciones? ¿y para el diálogo interreligioso?
No estoy del todo de acuerdo con la pregunta. Sí que hay muchas mujeres, también creyentes, comprometidas en los barrios. Otra cosa es que no tengamos visibilidad. Quizás, las mujeres que están comprometidas con esas tareas pierdan el miedo a luz, a lo público y a visibilizarse o que también las propias instituciones o entidades faciliten también su visibilidad. Muchas veces somos las mujeres las que estamos ahí en primera línea trabajando en los barrios con los colectivos excluidos pero, sin embargo, luego quién sale la foto generalmente suele ser un varón, que a lo mejor tiene un buen discurso ideológico pero que sin embargo está, muchas veces, lejos de la praxis del día a día donde casi siempre ahí estamos las mujeres. Por otro lado también las mujeres tenemos que superar ese miedo también a lo público, a pronunciarnos públicamente, a compartir lo que estamos viendo desde el día a día, que tiene que ver mucho con esa educación que las mujeres hemos recibido y que parece que en lo privado nos movemos mejor que en lo público.
El diálogo interreligioso más fecundo es el que se vive desde el diálogo de la vida y ahí, generalmente, también estamos las mujeres, en esas relaciones de vecindad, de amistad, de tejer comunidades desde el tú a tú con la gente. Desde esa convivencia surge también el diálogo interreligioso, cuando compartimos el día a día vamos compartiendo también las motivaciones más hondas que nos sostienen. Es fundamental ese diálogo interreligioso, pero luego sale una foto de un encuentro de algún diálogo interreligioso de grandes líderes y, efectivamente, si sale una mujer es casi un milagro. Sucede un poco lo mismo: la necesidad de visibilizar ese trabajo de hormiga porque a veces también tumban cimientos y muros aparentemente imposibles de tumbar.
¿Cómo ayuda a la propia espiritualidad el trabajo interreligioso e intercultural? ¿Es posible hablar de una espiritualidad femenina?
El trabajo interreligioso e intercultural no solo es un desafío, es también una gran oportunidad. Una identidad no se construye con los idénticos sino que la identidad se enriquece inmensamente, se completa, se hace mucho más creativa y rica cuando entra en relación con la diferencia y la diversidad. En ese sentido la diversidad cultural y religiosa son la oportunidad de ampliar tu propia conciencia e identidad, incluso de autodefinirte más desde tu propia identidad. Por ejemplo, tengo mucha relación y mucha amistad con hombres y mujeres musulmanas, podríamos decir que a partir de mi amistad, mi relación y compromiso activista con otros musulmanes y musulmanas en mi barrio, a partir de ese día a día, donde he tenido interés por conocer el Islam, por conocer ese Islam abierto que existe y de alguna manera podríamos decir que amo ese Islam porque amo a estos amigos y amigas, a estos compañeros musulmanes con los que comparto luchas y sueños. En ese sentido cuando oro con ellos o cuando hablo en profundidad con ellos y ellos conmigo, me siento mucho más cristiana desde ese diálogo. Su ser musulmanes amplía mi visión y mi misión como mujer cristiana. Me hace percibir nuevos matices del Evangelio o coincidencias entre el Evangelio y algunos aspectos de la experiencia espiritual musulmana. Es decir, para mí desde mi experiencia no existe el riesgo de asimilación sino más bien la autocrítica a nuestras propias tradiciones desde el amor y también esa posibilidad de diálogo, de encuentro, de comunión y de escapada integrar, respetar diferencias.
No cabe duda que tenemos, podemos y debemos hablar de una espiritualidad femenina porque la experiencia de Dios es una experiencia también sexuada. La experiencia de Dios que vivimos las mujeres tiene como connotaciones propias. Es inseparable, por ejemplo, de la experiencia de la corporalidad. No digo que los hombres no vivan también la espiritualidad desde esta experiencia tan importante como es la corporalidad, pero quizás ellos tienden más a la racionalidad quizá por aprendizajes socializadores. La espiritualidad femenina es inseparable de la experiencia también del propio del propio cuerpo y de la experiencia de la relación. Claro que podemos hablar sobre una espiritualidad femenina sobre todo cuando se nos ha negado a las mujeres como referentes también de la espiritualidad. Es importante recuperar ahí las grandes genealogías de mujeres, las grandes maestras en las en la espiritualidad.
Por último, ¿Dios es padre o madre?
Dios es madre, padre y mucho más. Cuando nos referirnos a Dios siempre lo hacemos a través de metáforas, pero sucede que la metáfora de Dios Padre es la que de alguna manera se ha impuesto también desde una tradición patriarcal pero claro que Dios también es madre. Nos lo recuerda el profeta Isaías, Dios es esa madre que gime y jadea como una parturienta, es esa madre que cuida de sus criaturas como una gallina a sus polluelos. Es ese Dios con entrañas femeninas que se le conmueven como cuando porta un hijo dentro. Claro que Dios es madre y es padre, pero también hay que decir es mucho más. Hay que recuperar esas imágenes inclusivas de Dios que también aparecen en la Biblia y que de alguna manera nos llevan a reconocer a Dios de esta manera, nos lleva también a una praxis eclesial que sea más igualitaria y menos discriminatoria hacia las mujeres. Dios es también fuente del Ser, Dios es hermana, Dios es compañera,… claro que Dios es madre.