Inmaculada Franco. Periodista y miembro de “Revuelta de mujeres en la Iglesia”.
El 1 de marzo de este año se produjeron concentraciones en toda España convocadas por la Revuelta de mujeres en la Iglesia. Varios miles de personas se reunieron en las puertas de las catedrales de muchas ciudades pidiendo que la Iglesia se convierta de verdad en «una comunidad de iguales». El lema de la jornada era precisamente ese: «Revuelta de mujeres en la Iglesia: hasta que la igualdad se haga costumbre».
Las reivindicaciones
Fue como un grito de Basta ya por parte las mujeres de la Iglesia, el colectivo más numeroso y activo, pero siempre, dicen, en un papel subordinado. «Somos las manos y el corazón de la Iglesia», pero nuestro trabajo es con frecuencia invisible. Las concentraciones fueron la ocasión de reclamar que se les reconozca en la Iglesia como «sujetos de pleno derecho con voz y voto en todas partes», incluido «el acceso diaconado y al presbiteriano para atender a las comunidades cristianas».
En el Manifiesto, firmado y difundido por numerosos colectivos eclesiales y también órdenes religiosas femeninas, se pide también que la institución vaya dando pasos para «eliminar el lenguaje patriarcal, incorporar las aportaciones de la teología feminista, iniciar un diálogo con los movimientos de liberación de la mujer y reconocer la diversidad de familias, identidades y orientación sexual».
Se puede decir que el Manifiesto se mete en todos los jardines, porque aborda temas que están en las preocupaciones y el día a día de las comunidades católicas pero a los que la Iglesia no acaba de dar carta de naturaleza. Surge, sin embargo, con voluntad más de lanzar el debate intraeclesial que de proponer posturas extremas. Las convocantes han querido proponer este Manifiesto como un punto de partida para que crezca en la Iglesia la reflexión sobre el papel la mujer y se tome conciencia de lo que se ha de avanzar todavía.
La Iglesia, dicen, necesita valentía para no quedarse al margen de las conquistas sociales en esta materia. Y necesita también renovarse en el marco de una transformación social que «combata la feminización de la pobreza y la explotación laboral y sexual de las mujeres» por parte de un sistema neoliberal que también expolia la tierra y crea y perpetua las desigualdades. Es decir, la reivindicación feminista va de la mano de una reivindicación del papel de los laicos, hacia dentro, y de una visión comprometida con la justicia social y el cuidado del medio ambiente, hacia afuera.
De dónde surge la revuelta
Entre las convocantes, Mujeres y Teología, Asociación de teólogas españolas, la Red Mirian de espiritualidad ignaciana, la Juventud Estudiante Católica de Madrid, Profesionales Cristianos de Madrid, Fe Adulta, Alandar, LTBI Creyentes… Y entre las adhesiones, órdenes religiosas como las Monjas Trinitarias de Suesa, las Adoratrices, las Apostólicas o la Institución Javeriana y casi una cuarentena de colectivos de toda España. (para leer el Manifiesto en su totalidad y ver las adhesiones y actualizaciones, se puede consultar http://linktr.ee/revueltamujeres, y en las redes: @revueltamujeres y en Facebook: Revuelta de las mujeres en la Iglesia)
El movimiento no es nuevo. Hace veinte años ya que hubo una concentración de mujeres con propósitos similares ante la catedral de la Almudena en Madrid. Algunas de las que estuvieron en aquellos inicios se pudieron regocijar de la amplitud que el movimiento ha tenido este año y de su eco grande en los medios de comunicación. Se diría que es un movimiento que tras una larga gestación ha llegado a un punto de no retorno.
El grupo de Madrid siguió la estela del colectivo Dones en l’ Església, de Barcelona, y de su manifiesto Alzamos la voz. El Manifiesto de Madrid a su vez fue asumido en otros lugares, o fue inspiración de documentos propios. Hubo concentraciones entre el 1 y el 12 de marzo en Madrid, Barcelona, Valencia, Santiago, Zaragoza, Granada, Bilbao, Cantabria, La Rioja… Y fue también un movimiento internacional, que se reconoce en Voices of faith (Voces de fe), una coordinadora que ha recogido actos similares en todos los continentes.
Para las convocantes, la Revuelta ha sido también una experiencia de gracia, afirman. Porque ha funcionado de una manera insólita la colaboración y el apoyo entre organizaciones diversas, sin protagonismos ni rivalidad. Ha funcionado, en definitiva, la mejor eclesialidad posible. Porque es, claramente, una iniciativa de mujeres de Iglesia, que funciona como una plataforma de organizaciones diversas –movimientos, parroquias, órdenes religiosas, revistas… – unidas por ese programa de mínimos que es el Manifiesto. No hay una gran estructura detrás de la Revuelta, tan solo una coordinadora que funciona con agilidad.
En el horizonte tienen varios proyectos: seguir colaborando en los medios, para que sus reivindicaciones no se olviden, y alentar el debate y la formación interna en la Iglesia, elaborando y difundiendo materiales educativos. También iniciar un diálogo en todas las instancias eclesiales; y seguir convocando cada año, con éste, en vísperas de la gran manifestación feminista del 8 de marzo. La Revuelta de mujeres en la Iglesia, parece, ha llegado para quedarse.
Recuperar la memoria de las Mujeres
En el acto celebrado en Madrid ante la catedral de La Almudena, se terminó con una oración que reivindicaba la memoria de tantas pioneras, de tantas mujeres olvidadas o desconocidos a pesar de sus aportaciones a la espiritualidad, el pensamiento o el compromiso social. Es el caso de las beguinas, mujeres laicas que, entre los siglos siglo XIII al XV, vivieron entregadas a la caridad y la oración pero sin pertenecer a orden religiosa alguna ni aceptar la autoridad de ningún superior. Muchas de ellas fueron maestras espirituales y condenaron las desviaciones en la Iglesia. A Margarita Porete, autora de El espejo de las almas simples, le costó la vida el no retractarse ante las exigencias de su obispo y fue ejecutada en París.
O Hildegarda de Bingen, abadesa benedictina del siglo XII en Alemania, que logró independizar su orden del control de los benedictinos, y que además de saber de música y de plantas medicinales, escribió sobre sus experiencias místicas y fue consejera del papa y del mismo emperador.
Mary Ward, en el siglo XVI quiso llevar una vida religiosa activa, como los jesuitas, algo prohibido para las mujeres, a las que se reducía a la vida de oración en el convento. Fundó colegios femeninos muy reconocidos, pero la Iglesia no aprobó su Instituto hasta bastante después de su muerte.
Más cercanas en el tiempo, la carmelita de origen judío Edith Stein, asesinada en Awschwitz, o Simón Weil, filósofa, política comprometida y mística. O Dorothy Day, norteamericana que se convirtió al cristianismo desde la tradición anarquista, y dedicó su vida a trabajar por los derechos de los trabajadores. O Madeleine Delbrêl, trabajadora social francesa, que en la periferia obrera de París trabajó con los comunistas que dirigían la municipalidad desde su condición de cristiana explícita.
A todas ellas se las recordó para «que su fuerza nos sostenga también a nosotras en el compromiso por eliminar toda forma de pobreza y exclusión contra las mujeres, dentro y fuera de la Iglesia»… «. Se acabó invocándolas, junto a muchas otras: «María, María Magdalena, Clara de Asís, Teresa de Jesús… Caminad con nosotras, hasta que la igualdad se haga costumbre».