Olalla Caamaño López. Educadora en proyectos de infancia, juventud y familia de la Fundación JuanSoñador en Lugo.
Cuanto más me conozco más reafirmo que siempre ha habido una educadora social en mí. Desde pequeña me he sentido conectada con las emociones de las personas y me dolían las injusticias de una forma muy intensa. A pesar de esta inclinación hacia el ser humano y la justicia social, no me resultó fácil decidir un itinerario profesional. Empecé tarde en la Educación social y con muchas dudas. rtijo después de estar horas pensando y más tarde se lo propones a otra persona creyendo imposible que no acierte al momento.
Hoy en día, estoy convencida de que tardar en llegar aquí ha sido positivo, porque todo lo que he pasado mientras intentaba con esfuerzo encontrarme a mí misma, es lo que me ha enseñado a ser la educadora que soy, con mis fortalezas y mis debilidades.
Escuché una vez a Enrique Martínez Reguera comparar la educación con la agricultura: sus tiempos, su proceso, su cuidado… y como eso choca frontalmente con una sociedad basada en la economía y sus transacciones inmediatas; pagar-recibir. Esa idea se apoderó de mí. Me reconocí en ella, reconocí en mi proceso vital el sufrimiento que crea esa tensión. Tener presente esto me sirve como una brújula para los momentos en los que pierdo el norte.
También recuerdo a menudo las pequeñas enseñanzas que han dejado en mi vida ciertas personas y vivencias. A pesar de no estar preparada a veces para comprenderlas e interiorizarlas al instante, luego se convirtieron en verdades poderosas que han trascendido en mi vida. Intento tener presente que, en palabras de Rebeca Palacios, “educador es aquel que planta árboles de cuyo fruto no va a comer”. Igual que mis experiencias dieron sus frutos al ritmo que mi naturaleza marcaba. Esto me ayuda a no sentirme fagocitada por un mundo que contradice ese natural ritmo de las cosas y me permite tomar fuerzas para aceptar la realidad más dura. Ahora veo nítidamente que la vida es un camino, un proceso creativo, a veces duro pero interesantísimo.
Por todo esto, creo firmemente que un valor importante en una educadora es ser capaz de entregarse, aun con sus miedos, a ese proceso creativo doble; al suyo propio como individuo y al de las personas a las que acompaña. ¿Y cómo es ese proceso? Creo que la respuesta es una pregunta en sí misma que nunca podremos responder completamente porque cada interrogante genera otra nueva pregunta, a nosotras, a las otras personas, al mundo. Nunca se acaba.
Aun así, frecuentemente me pregunto qué es lo que necesitan las personas y caigo en la trampa de buscar soluciones infalibles cuando, en realidad, muy rara vez las hay. Esta incertidumbre me genera angustia (a veces mucha) y entonces recuerdo aquella brújula que Reguera me regaló. Es en ese momento cuando me siento más honesta y puedo contestar a la otra persona: “no sé cuál es la respuesta pero, quieras buscarla o no, estoy contigo». No pocas veces tengo que repetirme que no se trata de resolver, sino de asumir que el trayecto es suyo y que solo podemos trabajar para facilitar sus pasos.
Considero, por lo tanto, trascendental prestar mucha atención para no invadir el sendero de la otra persona. Pero hay algo igualmente vital para mí, no se puede influir en algo con lo que no estamos en conexión. Una conexión honesta y transformadora con las personas y con el mundo obligatoriamente nos transforma a nosotras también. Por eso intento poner mi atención en equilibrar esas dos fuerzas: dejar y estar. Confiar en el proceso y mostrar una presencia auténtica, una conexión verdadera.
Por desgracia, hemos construido un mundo poco favorable a promover ese tipo de conexiones. Habitamos espacios estresantes, adoctrinadores, en muchos casos plagados de valores negativos, incluso nefastos. La Educación Social debe ofrecer un lugar distinto en el que vivenciar desde el vínculo la creatividad, la expresión, la diversión, la búsqueda… Crear un lugar que potencie la sensación de pertenencia desde el que abrir la mente y desarrollarse como personas críticas, libres y sobre todo plenas, capaces de transformar juntas.
En estos años como educadora he tenido momentos maravillosos y otros complejos y difíciles. No siempre he podido estar en disposición de generar esos espacios en los que tanto creo. Ahora, puedo afirmar que he encontrado un lugar desde el que construirlos, un lugar desde donde poder vislumbrar mi propio camino y obtener muchas perspectivas enriquecedoras. Un lugar desde el que potenciar la búsqueda de una mejor versión de mí misma, un lugar que acompaña mi propio camino.
Mi gran reto como educadora social, sigue siendo el mismo que cuando de pequeña empecé a sentirme conectada con las y los demás, aprender a usar esa capacidad de sentir con las personas. Aspiro a mejorar cada día afrontando el qué, el cómo y el desde dónde, pero también el hasta dónde. Como decía María Montessori: “la primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle”. Me siento agradecida a quienes agitaron mi vida y me facilitaron desarrollarme. Deseo ser capaz de hacer lo mismo aceptando la incertidumbre que esas preguntas me provocan ante el dolor de las personas que acompaño. Y al mismo tiempo, poder sembrar semillas que quizá algún día florezcan.