Mi experiencia como capellán de la prisión de Jaén

25 de marzo de 2020
José González Rodríguez, Salesiano, capellán en la cárcel de Jaén. Al escribir sobre mi experiencia como capellán en la prisión de Jaén, rápidamente me viene a la mente Don Bosco, que recién ordenado sacerdote, paseando por determinados barrios de Turín para conocer la realidad juvenil, se encuentra con jóvenes que, al no tener apoyo familiar ni […]

José González Rodríguez, Salesiano, capellán en la cárcel de Jaén.

Al escribir sobre mi experiencia como capellán en la prisión de Jaén, rápidamente me viene a la mente Don Bosco, que recién ordenado sacerdote, paseando por determinados barrios de Turín para conocer la realidad juvenil, se encuentra con jóvenes que, al no tener apoyo familiar ni de otro tipo, se exponen a los riesgos que presenta el mundo de la calle. Descubre que muchos de estos chavales son internados en la cárcel.

Tras una visita a esta y ver la realidad que en la que vivían estos jóvenes, quedo tan impresionado que el mismo escribe: “Me horroricé al contemplar cantidad de muchachos, de doce a dieciocho años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que estaban allí ociosos, atormentados por los insectos y faltos en absoluto del alimento espiritual y material. Constaté, también, que algunos volvían a las cárceles porque estaban abandonados a sí mismos. Quién sabe, decía para mí, si estos muchachos tuvieran fuera un amigo que se preocupase de ellos e instruyese, si no se reduciría el número de los que vuelven a la cárcel” (MO 111).

¿Cómo estoy viviendo esta experiencia?

No se me va de la mente este comentario de Don Bosco.

En parte, es lo que vivo y experimento cuando paso por los distintos módulos y me encuentro con tantos jóvenes que entran y salen, como si se tratara de una espiral de la que no se pueden salir.

Hay una población de jóvenes muy numerosa. La causa por la que se encuentran allí: La Droga (tráfico, consumo, robos…).

Abundan también aquellos que, de pequeños, estuvieron en Centros de Protección y por falta de un apoyo socioeducativo y. sobre todo, por la falta del afecto y cariño de una familia, se han visto tan perdidos y solos, que se han abandonado a lo que la suerte le depare.

Me impacta mucho cuando me encuentro con chicos del barrio a los que he bautizado, les he dado la primera comunión, que los he tenido en el Oratorio o en la Fundación Don Bosco.

Me he encontrado, así mismo, con jóvenes que hace más de treinta años, ya los visitaba en la cárcel, cuando ellos tenían 16 años y tras salir y entrar una y otra vez, aún están ahí. Y más duro aun, cuando me encuentro allí con algunos hijos de estos, como si se tratara de transmisión genética.

Y de nuevo me viene a la mente las palabras de Don Bosco: muchos, al salir de la cárcel, estaban decididos a cambiar de vida, aunque no fuera nada más que por miedo a la prisión, pero al cabo de poco tiempo terminaban de nuevo allí, por estar abandonados a sí mismos… si los jóvenes salidos de lugares de castigo, encontraban una mano que se preocupara de ellos, les asistiera en los días festivos, les buscara colocación con buenos patrones y los visitara durante la semana, estos jóvenes se entregaban a una vida honrosa, olvidaban el pasado y resultaban, al fin, buenos cristianos y honrados ciudadanos” (MB 127)

Pero, por desgracia la realidad es otra, ya que, al salir, más que la mano que se preocupe de ellos, que les ayude a salir de esa situación, encuentran el rechazo y la estigmatización de ser un ex presidario.

¿Cuál es mi trabajo?

Principalmente, trato de “estar con ellos”, acogerlos, escucharlos, atenderlos…

Estoy convencido, que lo más importante que podemos hacer con ellos es escucharlos. Tienen una necesidad muy grande de ser escuchados, de ser tratados como personas, no como presos.

Sienten la necesidad de alguien que se acerque a ellos, sin prejuicios y sin verlos como el delincuente que está cumpliendo una condena. Necesitan que veamos en ellos una persona que, aunque cometieron un error, están arrepentidos y quieren que les ayude a salir de ese error.

Buscan en ti esa mano afectuosa que les ayude a levantarse y no dejarlos tirados, abandonados…

Tienen una gran necesidad de ser escuchados, de ser atendidos, hasta el punto de venirse abajo cuando, por algún motivo, estoy un tiempo sin ir. Y es que les falta ese punto de sujeción en quien apoyarse.

En este trabajo hay que darlo todo para saciar el hambre que tienen y lo deseosos que están de que tú se lo des. Están cansados de llamar a puertas sin respuestas, están hartos de acumular condenas y de sentir en su carne, el rechazo, el desprecio…

Te ven como alguien en quien pueden confiar. Saben que tú, te vas a creer lo arrepentidos que están, y, aunque saben que los humanos no les van a perdonar el daño que han hecho, y que la justicia va archivar su delito, tú en cambio, les va a hablar con palabras que no suenen a desprecio, a condena…

Partiendo de mi convencimiento de, “que no podemos quitar a Dios a los que ya se les quitan tantas cosas”, trato de ser portador de la Buena Nueva de Jesús. Necesitan escuchar que Dios es Misericordioso, que siempre está dispuesto a perdonar ya que mandó a su Hijo al mundo no para condenar, sino para salvar.

Y esto es lo que pretendemos hacer desde la Pastoral Penitenciaria. Una pastoral que se fundamenta en la Palabra de Dios que tiene sus más profundas raíces en la libertad integral que Jesucristo, el Salvador, consiguió para la humanidad.

Para ello realizamos un amplio programa, que abarca, desde la atención religiosa con las cuatro Eucaristías que celebramos los fines de semanas y la celebración de los sacramentos, hasta en desarrollo de más de 20 cursos que se imparten durante la semana por un nutrido grupo de más de 40 voluntarios. Cursos como: catequesis, biblia, drogadicción, violencia de género, autoestima, inteligencia emocional, informática, orientación laboral…

Y, todo esto, tratando de educar evangelizando y evangelizar educando. Sintiendo esa pasión educativa que llevaba a Don Bosco a encontrarse con cada joven en el tú a tú, creyendo en él, creyendo que en cada uno siempre hay semilla de bondad.

Es muy  gratificante cuando ves que tu trabajo va calando en algunos. Prueba de ello es este testimonio que escribía un interno: “…después de casi año y medio preso a la espera de juicio, le doy gracias al Señor por estar aquí. Porque lo necesitaba y El lo sabía y no me abandonó. Vivía en oscuridad y ahora veo luz, había perdido la fe y ahora me empapo de ella cada día al despertar. Y ¿qué pasará conmigo en el futuro? No lo sé. Pero me basta con saber que El estará conmigo y que velará por mí. Que a pesar de todo el mal que he cometido, en su inmensa misericordia ha sido capaz de perdonarme y de hacer borrón y cuenta nueva y que pase lo que pase estando a su lado seré capaz de superar cualquier bache en el camino y que el día que regrese a la sociedad, lo haré siendo una persona totalmente nueva que ha sido capaz de hallar la luz en lo más profundo de la oscuridad” (Alberto).

Este es mi trabajo y os confieso que esto me hace vibrar y me hace sentirme un privilegiado, por tener la suerte de trabajar con estos destinatarios.

En muchas ocasiones, estando con ellos, he recordado y he comprendido aquella famosa expresión de Don Bosco: “Sois unos ladrones, me habéis robado el corazón”.

Y es que cuando tú te das, ellos te buscan esperando esa sonrisa de complicidad que hace que se ponga en juego la pedagogía del corazón, esa pedagogía del amor llevado a la ternura hacia aquellos que sólo han recibido desprecios y rechazos. Un amor que les lleva al convencimiento de saber que, aunque para muchos son molestos, para Dios son los primeros.

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