Jessy Clemente. Equipo educativo de la Fundación María Auxiliadora. Zaragoza.
Toda persona que elige la educación como su vocación y profesión diaria, ha tenido unos referentes educativos que le han ayudado a tomar esa opción de vida.
En mi caso, mis primeros referentes educativos fueron mis padres y mi hermana, gracias a ellos y a la familia que fuimos creando y eligiendo libremente de forma conjunta desde la responsabilidad, la libertad y el amor, me he convertido en la persona y la profesional que soy hoy en día.
Ellos me han enseñado lo que es el acompañamiento, la acogida incondicional, la confianza y el amor verdadero hacia el otro; valores en los que baso todas mis intervenciones educativas con niños, niñas, adolescentes y sus familias.
El acompañamiento de familias que se encuentran en situación de riesgo social es un arte que se realiza desde el corazón, es el arte de reinventar la vida y mi deseo diario es generar en las familias esos espacios educativos y de crecimiento personal que he tenido y tengo la suerte de vivir a diario en el seno de mi familia.
Para mí todo comenzó como un reto educativo cuando se pusieron en marcha los primeros talleres educativos familiares en mi centro de intervención con las salesianas de Zaragoza; aquella fue la primera semilla que dio un gran fruto el cual hoy en día sigue floreciendo en cada encuentro semanal de la actividad “Diálogos con la mirada”, en el que desde hace ocho años un grupo de madres realiza un proceso de crecimiento personal y gestión emocional.
Este acompañamiento parte de la idea de que la vida de las personas no está determinada por su origen, sino por el camino que recorren en la vida, no se puede cambiar el pasado de las personas que acompaño en mi tarea diaria, pero si se les puede acompañar para que adquieran una mayor conciencia emocional que les permita realizar una gestión adecuada de sus emociones y decisiones que mejoren sus relaciones consigo mismo, con los demás y con el mundo.
Recuerdo el primer encuentro semanal que tuvimos como si fuera ayer, allí estaban ellas expectantes con lo que iba a ocurrir y yo ilusionada como una niña que acaba de recibir el regalo que más deseaba desde hacía tiempo, en esa sala sin saberlo compartíamos un montón de emociones miedo, esperanza, ilusión… en aquel momento no éramos conscientes de que era el comienzo de algo muy especial y que poco a poco también íbamos a ir construyendo una gran familia escogida y elegida libremente.
Hemos compartido sonrisas y lágrimas, aportando en el grupo lo mejor de nosotras mismas, con nuestras experiencias de vida y nuestras mochilas cargadas de recuerdos y vitaminas que nos han ido recargando a todas para ir recorriendo juntas este largo camino que todavía no está terminado.
Poco a poco se ha ido creando en cada sesión semanal un espacio emocionalmente protegido, en el que se potencia, en cada una de las familias que participa, las mejores condiciones posibles para el ejercicio de la parentalidad positiva, partiendo de la realidad en la que viven y valorando de forma positiva lo que cada persona es; se han ido fomentando en cada una de ellas sus mecanismos protectores y reduciendo los factores de riesgo que dificultan su desarrollo integral.
En cada sesión compartida con ellas he transmitido que no existe un modelo de familia ideal, sino que lo importante es crear un entorno en el que se den las mejores condiciones para crecer; siempre he compartido con ellas aprendizajes que he recibido de mi propia familia, llegando a la reflexión de que la formación como profesional es necesaria, pero lo que nos define es la educación que hemos recibido durante nuestro crecimiento como personas.
Si analizo todo lo que hemos ido trabajando en el grupo durante estos años, son los mismos aprendizajes que yo he ido aprendiendo a lo largo de los años de mi familia, la importancia de unos vínculos sanos y seguros y saber que pase lo que pase tu familia siempre va a estar allí para escucharte, apoyarte y animarte a seguir adelante.
La familia se crea y no se hereda, a día de hoy recuerdo con cariño aquella frase que mi padre durante la adolescencia me repetía “la familia es lo único que no podemos elegir, para bien o para mal”; tenía razón, pero nos definimos por el tipo de familia que vamos formando desde la elección libre y responsable y no por el tipo de familia en el que hemos nacido o crecido. Las modalidades de familias pueden ser tantas y tan creativas como lo son las personas que las componen.
Vivir este proceso de acompañamiento me ha ido enriqueciendo como profesional y como persona, ya que puedo ir compartiendo cómo las familias van transformando su sufrimiento en creatividad, reforzando sus factores resilientes y provocando un efecto búmeran en el entorno, principalmente dentro de sus propios núcleos familiares.
Me siento afortunada de poder ir observando que las familias que participan en estos procesos van adquiriendo un bienestar personal, que les permite ir logrando una madurez y autonomía personal, que repercute de forma positiva en la educación de sus hijos e hijas y en el entorno, con una mejora de la convivencia comunitaria ya que se van generando grupos y redes de apoyo mutuo y una mayor integración de las familias que se encuentran en situación de riesgo social.
Cuando pienso en mi familia, me conecto al valor de la gratitud profunda porque gracias a ellos me esfuerzo cada día en ser la mejor versión de mi misma y trabajo para que cada una de las familias, a las que acompaño, puedan generar experiencias de vida tan educativas y positivas en sus hijos e hijas, como las que yo vivo y he vivido desde que nací.