Sin perder de vista que cada expediente recoge una vida
Rocío Ibáñez. Educadora social. Equipo técnico de menores del Instituto Aragonés de servicios sociales. Diputación General de Aragón.
De repente sientes un profundo escalofrío y te das cuenta de dónde te encuentras. Has abierto por primera vez una puerta con llave que te sitúa frente a una gran fila de archivos ordenados alfabéticamente y te quedas inmóvil. La luz de la habitación es brillante pero da la sensación de que todo está teñido de un gris oscuro, difícil de explicar. No estás acostumbrada a conocer de este modo a ningún menor. Hasta este justo momento siempre había sido entre lloros, dudas, asombro o risas. Y es entonces, en ese instante, cuando entiendes que ésta es la manera de cómo vas a conocer la vida de “tus nuevos chicos”. Esa fue la primera sensación que tuve cuando empecé este nuevo camino en el ámbito de la Educación Social: en el equipo técnico para la valoración y orientación de casos, desde los despachos de los servicios técnicos de la Administración.
Hasta este momento siempre había trabajado “en el campo de batalla”, “piel a piel”, como siempre he dicho. En ocasiones el terreno ha sido arduo y hostil, en otras gratificante sin duda, pero siempre muy humano. A lo largo de estos años continuamente he sentido esa polaridad, pero siempre he buscado un punto en común, la palabra VIDA. Ilusión y vocación me han acompañado siempre, me han llevado a disfrutar de los momentos buenos y me han mantenido firme en los difíciles, que sin duda también los ha habido.
Como ya sabéis, queridos compañeros de profesión, en el ámbito de la protección de menores solo quiénes entienden el vínculo como principal arma para lidiar en “el campo de batalla”, quiénes en el día a día consiguen acariciar el alma de alguno de los menores con los que trabajamos, son los que han conseguido entender y sentir qué es esto de la Educación Social. Quiénes además se mantienen sonrientes y conservan el sentido el humor, resisten mejor sobre este terreno de arenas movedizas. Se trata de un trabajo duro en ocasiones y gratificante en otras, se viven momentos de desmotivación y otros en los que encuentras de nuevo la ilusión. Pero sin duda, es un trabajo de lo más HUMANO; trabajamos acompañando a menores en su proceso de crecer en la vida. Lo entiendes así porque lo experimentas en parte en tu propia piel. Sientes con ellos, ríes con ellos, dudas a veces más que ellos, te caes y te levantas con ellos, te enfadas y defraudas con ellos, te reconfortas con ellos… ¿Y por qué repito tanto “con ellos”? Porque el día a día los tienes cerca, los sientes, convives y sin duda, aflora un sentimiento especial que te vincula con ellos.
Y toda esta experiencia, con sus sensaciones, emociones, matices y colores, parecía que se esfumaba en esa nueva habitación repleta de archivos, frente a un sin fin de expedientes sin rostro y sin relación. Ahora sigo trabajando con menores pero ya no estoy con ellos. Cada nuevo día sigo recordando ese escalofrío que sentí y que me dejó por un instante dudando de mi misma. Dura poco, pero lo suficiente para no olvidar que en cada uno de estos expedientes hay UNA VIDA. Esas carpetas recogen en forma de informes esas mismas sensaciones, emociones, matices y colores ¡No lo perdamos de vista!
Esta ha sido mi experiencia al “cruzar al otro lado del puente”. Un puente que une mi trayectoria profesional como educadora social en centros de día y residencias donde había convivido cada día con “nuestros chavales”; con el otro lado, el de educadora dentro de un Equipo Técnico desde el que evaluar cautelosamente cada caso y trabajar con esos expedientes.
El cambio ha sido exigente tanto a nivel profesional como personal. Echo de menos el contacto directo con ellos, “el piel a piel” y el vínculo como herramienta de trabajo. Pero sin duda, descubro la importancia de afrontar también mi tarea en este ámbito con ilusión, ganas, compromiso, dedicación y vocación. El trabajo es totalmente diferente y el contexto todavía más. Leer los expedientes me lleva a memorizar nombres, intuir rostros, registrar sensaciones y contextualizar momentos. Todo ello desde otra perspectiva, pero sin perder de vista que cada expediente recoge una vida. La valoración y evaluación de casos, la toma de decisiones constante (la regulación de permisos y visitas, los traslados de centros, las comunicaciones) y la coordinación con cada uno de los técnicos que intervienen con los menores, requieren de una elevada dosis de responsabilidad profesional. Leyes y reglamentos cobran mayor importancia, eres más consciente de la complejidad de muchos casos. Pero al final también debes de construir una buena práctica, porque tu intervención también forma parte del proceso educativo que se sigue con los menores. Y el criterio técnico no tiene por qué estar reñido con la sensibilidad y el sentido común ¡mucho sentido común!
Con este escrito, que no deja de ser una mezcla de reflexiones personales, invito a cada educador, trabajador social, integrador, psicólogo y una larga lista de técnicos que trabajamos por y para mejorar la protección de menores, a no descuidar jamás la parte más HUMANA que un día nos llevó a elegir esta profesión. Que no es otra que la sensibilidad y el interés por la vida de los menores a los que acompañamos. Ya sea desde un “lado del puente o desde el otro”, desde “el campo de batalla” o desde “la habitación de los expedientes”, pido y defiendo poner rostro y vida a cada uno de ellos.