Educar ‘recordando’ experiencias

29 de noviembre de 2017
Pablo Planells Medina. Educador del centro de día “Laura Vicuña”. Fundación María Auxiliadora. Torrent (Valencia) Recuerdo muy bien cuando mi abuelo me dio mi primer caramelo, nunca olvidaré aquel sabor dulce y cremoso. Sentí ser alguien muy especial. Pues bien, ahora soy yo el abuelo y doy a mi nieto el caramelo, porque él también […]

Pablo Planells Medina. Educador del centro de día “Laura Vicuña”. Fundación María Auxiliadora. Torrent (Valencia)

Recuerdo muy bien cuando mi abuelo me dio mi primer caramelo, nunca olvidaré aquel sabor dulce y cremoso. Sentí ser alguien muy especial. Pues bien, ahora soy yo el abuelo y doy a mi nieto el caramelo, porque él también es muy especial”. Os traigo aquí este famoso anuncio de hace unos años, en los que salía un anciano y hacía referencia a que cuando él era niño, su abuelo le daba caramelos. Había pasado el tiempo y ahora le tocaba a él tener este gesto con su nieto, porque supongo que lo recordaría con cariño y querría que su nieto también le recordara a él por aquello.

Dejando a un lado los entresijos publicitarios de este anuncio, que seguro los tiene, quisiera rescatar para estas líneas una reflexión: un simple gesto, puede convertirse en una experiencia recordable, una potente herramienta educativa en manos de un educador con vocación de serlo.

Cuando era niño me ocurrió una cosa en el colegio, que he recordado ahora que soy educador. Tendría unos 10-11 años y me volvía loco jugar a fútbol en el patio. En mi cole hacíamos coro, y en aquellos días hubo ensayos extraordinarios porque participábamos en un concurso. El hecho es que el ensayar nos fastidió el recreo durante una semana y nos sentíamos indignadísimos. Tanto que un día me negué a bajar al ensayo y decidí quedarme en el patio con la intuición de que vendrían a buscarme y a reñirme en cualquier momento. Esto no ocurrió jamás, al contrario de lo que esperaba. La maestra de música vino a buscarme, vino sola y “desarmada”, sus palabras fueron algo parecido a esto: “Pablo, ya me imagino lo que te fastidia perderte el patio. Hoy no has venido a ensayar y te comprendo, porque sé que te lo pasas genial y que te encanta el fútbol, pero hace falta que ensayemos y esta semana os voy a pedir un esfuerzo. Mañana hemos vuelto a quedar en la hora del patio, que es la única en la que estamos todos. ¿Te espero?”.

Yo me sentía bastante mal, porque realmente esperaba cualquier cosa menos eso. Que me echaran del coro, que se lo dijera a mi madre, que me castigaran sin recreo, que me abroncara por hacer lo que me daba la gana, que dejara de existir esa buena relación entre los dos, etc. Pero nada de eso ocurrió, y no supe como sentirme en aquel momento, ¿por qué se comportaba así conmigo?

De esto hace ya unos 20 años y yo ahora soy educador de un centro de día de las salesianas. De aquella anécdota mi recuerdo no volvió a tener noticia, hasta que hace poco me sorprendí a mí mismo como en el anuncio del que os hablaba al inicio del artículo. Ahora era yo el educador y tenía delante un chaval que había tenido un acto de rebeldía como lo tuve yo en aquella ocasión.

Un chico se escapó de un ensayo extra del teatro y se metió en el grupo del fútbol. Estuvo jugando, hasta que yo caí en la cuenta de que ese chico no debía estar ahí. Mi primera reacción efectivamente fue apartarlo del juego, sentarlo en un pilar y echarle una bronca acerca de los compromisos, de las normas, de hacer lo que le da la gana y todo el carro de verdades que a veces no podemos esperar a decirles a los chavales, como si de un cargamento de bloques de hormigón se tratase.

Yo seguí pitando partidos de fútbol y mientras, lo veía ahí sentado y serio. Entonces recordé aquello que a mí una vez me ocurrió de niño. Recordé lo que yo sentía cuando decidí “rebelarme”, recordé lo que estuve esperando que me hicieran… y luego recordé lo que realmente hizo conmigo aquella educadora. ¡Cómo me sorprendió!

Conecté emocionalmente con aquel recuerdo y gracias a eso también lo hice con el chaval. Me acerqué otra vez a él y traté de repetir (como el abuelo del anuncio), aquél gesto que un día una educadora tuviera conmigo. Y así lo hice, le fui contando todo lo que yo sabía que a él le gustaba el fútbol, que entendía el por qué lo había hecho, y que tenía razón que era un fastidio ensayar el día de deporte. Pero también entendía a los educadores de teatro, que querían que saliera muy bien la obra, sobre todo por ellos mismos, los actores. Le pedí que volviera al ensayo. Él me escuchó y aceptó la propuesta. Me lo agradeció y se marchó al ensayo.

Quizá si no hubiera acudido a mi mente aquél recuerdo y me hubiera hecho cambiar mi forma de actuar, habría quedado como un educador implacable, firme ejerciendo la autoridad delante de los otros, reforzando las normas como aprendizaje para todos de la disciplina del centro. Pero me convenció mucho más la segunda reacción, me reconocí mucho más en ella y me sentí satisfecho.

He reflexionado mucho sobre aquello. He pensado sobre lo importante que es tener en cuenta cómo nos sentimos cuando estamos con los chavales, cuando actuamos como educadores. Cómo a veces la vida de un centro no nos permite tener esa rapidez de “reflejos emocionales” que quisiéramos y cómo es importante un espacio y un tiempo para hacer conscientes esas experiencias en uno mismo y poder compartirlas con el equipo educativo. Hay cosas que no van en el orden del día de la reunión, que quizá son mucho más importantes. Educar, sacar lo mejor de los y las chicas de nuestros centros, exige también que conectemos con nuestra mejor versión. Eso no es ser el educador perfecto, no existe, sino ser educador de corazón.

Os propongo que hagáis el ejercicio de recordar alguna experiencia vuestra de niños o adolescentes, momentos en los que algún educador, profesor, padre, madre… sacara de vosotros algo que aún recordéis. Pensad en los elementos que hicieron único aquel momento, ¿por qué creéis que se os grabó tanto? Luego pensad en alguno de nuestros destinatarios con el que hayáis tenido una situación similar. Quizá en vosotros mismos encontréis una forma de hacer diferente. Tratad de conectar con esa experiencia y recuperad aquel gesto que tanto os llenó.

El tiempo que dediquemos a reflexionar sobre nuestra tarea y cualquier esfuerzo que hagamos para que nuestras acciones provoquen experiencias “recordables”, aportarán mucha calidad a nuestro quehacer educativo, y nos ayudarán a seguir mejorando en esta profesión que tanto nos hace vibrar.

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