Entrevista a Nacho García

10 de agosto de 2017
Por Toñi Moriana. Directora Territorial de la Fundación Don Bosco. Córdoba Entrevistamos a Nacho García Pedraza, asesor académico de NOVACT, Instituto Internacional por la Acción Noviolenta. Desde su experiencia, nos plantea cómo afrontar comportamientos violentos en jóvenes con el enfoque de la no violencia en la resolución de conflictos. ¿Qué imagen tenemos de la violencia […]

Por Toñi Moriana. Directora Territorial de la Fundación Don Bosco. Córdoba

Entrevistamos a Nacho García Pedraza, asesor académico de NOVACT, Instituto Internacional por la Acción Noviolenta. Desde su experiencia, nos plantea cómo afrontar comportamientos violentos en jóvenes con el enfoque de la no violencia en la resolución de conflictos.

  1. ¿Qué imagen tenemos de la violencia juvenil?

Hablamos de violencia juvenil como si fuera una forma específica de violencia, cuando lo que creo que deberíamos decir es violencia perpetrada por jóvenes, donde lo diferenciador no es la forma de violencia sino quien la ejerce.

Creo que el término violencia juvenil no es tan claro como el de violencia machista, donde al nombrarlo ya distinguimos un tipo de agresor, un tipo de víctima y un sistema detrás que lo sostiene. El término violencia machista describe un fenómeno que engloba las tres categorías de violencia señaladas por Galtung: la violencia directa (lo que solemos entender por violencia física), la violencia cultural (el imaginario colectivo que la justifica) y la violencia estructural (el sistema injusto que la sostiene).

En el caso de la violencia juvenil, lo único claro es quien ejerce la violencia: una persona joven. Pero con la adopción del término corremos el riesgo de elevar la violencia ejercida por jóvenes (la dimensión directa) a la categoría de fenómeno. Es más que probable que esto se deba a que los jóvenes simbolizan el futuro, y su pasado más cercano es la infancia, por lo tanto la representación violenta de nuestro futuro o la pérdida tan rápida de la inocencia de la infancia, generan más desasosiego social y hace saltar las alarmas con mayor facilidad. Si a esto le sumamos la proyección inconsciente de amenaza futura, es decir, que una persona joven ejerciendo violencia es potencialmente en el futuro una persona adulta ejerciendo violencia, al desasosiego presente le añadimos la inseguridad futura.

  1. ¿Qué estrategias nos propones? ¿Es la no violencia una de las claves?

La Noviolencia es un marco de referencia a partir de la cual diseñar estrategias. La Noviolencia, de forma esquemática, es lo que se realiza sin violencia, contra la violencia y con otros: donde ese con otros es clave por su dimensión colectiva, y por el respeto y reconocimiento de “el otro”.

A la hora de afrontar un conflicto, esta dimensión, respeto y reconocimiento, nos obliga a cambiar las lógicas de dominación propias de la violencia (donde se busca la sumisión o supresión de “el otro”) por lógicas orientadas al encuentro (donde se reconoce que “el otro” siempre estará ahí y forma parte de la realidad presente y futura), pasando por la negociación como escenario frecuente aunque no siempre el ideal (una negociación que termina en mutua aceptación se aproxima bastante al encuentro, una negociación que está más cerca de una renuncia no deseada está más cerca de la dominación. Aceptación frente a resignación).

Desde esta perspectiva de la noviolencia, y desde un enfoque de prevención de violencia directa, cualquier estrategia que se adopte mejora su eficacia a medio-largo plazo cuanto mayor es el ámbito que abarca. Por ejemplo, en el ámbito escolar, enfoques similares a las escuelas democráticas o comunidades de aprendizaje donde se corresponsabiliza a toda la comunidad y se refuerza esa visión del otro en el aula, aprendizajes dialógicos o cooperativos. No hay recetas mágicas, pero sí ejemplos exitosos basados en esta visión del apoyo mutuo sin violencia y contra la violencia. El grupo y el trabajo desde lo colectivo es especialmente importante en jóvenes. Es frecuente plantear como estrategia para “salvar” a un joven de comportamientos violentos, sacarlo de su grupo de influencia violenta integrándolo en otro grupo menos violento, reconociendo así la importancia del grupo, pero en sentido negativo. La efectividad de esta estrategia se basa en la lógica del mal menor y en un enfoque muy particularizado del problema, porque la violencia de origen no ha sido resuelta y toca lidiar con el potencial desarraigo de la persona joven.

El problema suele ser que aplicamos lógicas preventivas en contextos de violencia desatada, o en contextos donde la violencia estructural o cultural es tan grande que el reto es mayúsculo (desempleo, empleo precario, vivienda inaccesible, cultura con tendencia a lo individual). Pero incluso en estos contextos, las lógicas de intervención preventivas basadas en el sin violencia, contra la violencia y con otros (apoyo mutuo colectivo), aplicadas con constancia son las más eficaces (este es el otro problema, se aplican programas de corta duración o intermitentes en problemas o contextos que necesitan constancia y tiempo).

Por supuesto, estas lógicas preventivas no son exclusivas y han de complementarse y adaptarse al nivel de violencia presente en el momento en el que se interviene.

  1. Hablando de la influencia de los contextos, ¿qué efecto tienen en jóvenes en situación de exclusión social?

El contexto interpersonal en el que nos movemos, entendido como la familia en la que creces y amistades con los que te relacionas o vecindario que te rodea, tiene una gran influencia en el desarrollo de una persona. Todo este entorno social no deja de ser el espejo en el que mirarnos y nuestros referentes más cercanos. Por supuesto no son los únicos referentes, y nuestro contexto sociopolítico (vinculado a la cultura en la que vivimos, si pensamos en la cultura tal y como la utiliza Galtung en su violencia cultural) nos da otros referentes.

Vivir en situación de exclusión social supone vivir con frecuencia en situación de riesgo (de no poder desarrollar todas tus potencialidades por temas económicos, sociales, físicos) y supone tener que afrontar muchos más conflictos de los que podríamos considerar habituales en situaciones normalizadas o no excluidas. Más conflictos implica más desgaste, más oportunidades en las que tener que optar por lógicas dominantes o de encuentro, y las opciones que se adoptan suelen estar muy influenciadas por los referentes que tenemos, por como vemos que otros afrontan sus conflictos (aprendemos a través de la interacción con otros, en el diálogo y en la imitación, y así aprendemos también a afrontar nuestros conflictos).

Paradójicamente, creo que en los últimos años combinamos contextos sociopolíticos (a nivel más macro) donde proliferan los referentes dominantes, violentos, tanto en los discursos como en las prácticas políticas de gobierno (como ejemplo, las victorias populistas en varias de las democracias más asentadas y el auge de populismos discriminatorios), con el incremento de iniciativas colaborativas y de apoyo mutuo a nivel más local. Lo primero es la base de la violencia cultural, que tiene mucha influencia en las formas que adoptan los jóvenes para afrontar sus conflictos (es frecuente ver como reproducen discursos, ideas, frases hechas de políticos, series de televisión, etc.). Lo segundo es la base para las visiones alternativas que están surgiendo y que ejercen de dique de contención y para mí, explican por qué la violencia directa no es mayor (y si compartimos las tesis de Pincker y su reciente investigación “The better Angels of our Nature”, la violencia no solo no está creciendo sino que está reduciéndose a nivel global). Creo que todas estas prácticas, presentes también entre jóvenes, son imprescindibles. Y aunque en espacios difíciles, o entornos más violentos parezcan aisladas y poco efectivas, no dejan de ser un faro que tomar como referencia.

  1. Desde tu experiencia en otros países, como Palestina, ¿cómo se vive la resistencia no violenta?

En Palestina, la situación de exclusión y riesgo es permanente, más entre jóvenes palestinos que son un objetivo en sí mismo para la ocupación israelí. La desesperación y la pérdida de la esperanza en un futuro mejor, sumada a la fuerte fragmentación a la que se ven sometidos, sobre todo en Jerusalén, son uno de los motores que en el último año y medio han llevado a actos de violencia individual, aislada y desesperada (ataques con cuchillo) por parte de jóvenes palestinos como respuesta a la violencia permanente a la que viven sometidos, y que terminan siempre con una respuesta aún más violenta por parte de Israel (abatir a disparos). En este sentido, aunque a distinto nivel, desesperación, pérdida de esperanza en un futuro mejor y fragmentación social, son factores comunes.

En Palestina, en un contexto de más violencia (cultural, estructural y directa), las reacciones violentas tienen un buen caldo de cultivo que las podría alimentar, pero al igual que aquí, sorprende que no sean más numerosas, que no haya más violencia. Incluso en contextos tan violentos, la búsqueda de referentes noviolentos que han conseguido cambiar las cosas es constante, el ejemplo más potente ahora es la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y la adopción en Palestina de estrategias noviolentas similares a las que funcionaron en Sudáfrica, como el Boicot.

Las prácticas que permiten transformar sin violencia, suelen tener en común el trabajo colectivo (cohesión social frente a fragmentación) cargado de esperanza en otro futuro posible.

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